sábado, 22 de marzo de 2025

 

Miradas.

 

La calle está casi desierta. La carnicería ya hace rato que se abrió, porque los dueños son muy madrugadores. Un sol tímido apunta por encima de los tejados y, poco a poco el día se va abriendo paso, ofreciendo siempre la oportunidad de apresar emociones y sentimientos, que podemos guardan en un baúl para los buenos recuerdos. Cada minuto, es un tesoro que ya no volverá.

Dos mujeres hacen la compra en la carnicería y aprovechan para contar la última. –Al vecino del cuarto segunda se lo llevó anoche la policía. –Ya sabes, cosa de drogas como siempre. La carnicera parece atenta a las chuletas que corta con destreza, pero en realidad no pierde detalle y al final pregunta: ¿Quien es ese al que se han llevado? Entonces la conversación es a tres, los detalles se van enumerando, de tal manera, que parece una película de misterio muy interesante. Cuando entra una clienta nueva, las secuencias comienzan de nuevo. A media mañana, nadie podrá reconocer la historia, porque sin decidirlo nadie ya es otra película; en realidad nadie la reconocería como aquella que se dijo a primera hora. Es difícil mantener la versión real, tengamos en cuenta que la imaginación de las personas es muy rica. Gracias a esta circunstancia, podemos ver tanto, buenas películas como leer libros preciosos.

La caja de ahorros está abierta desde las ocho en punto, en la primera hora entra poca gente y los empleados pueden hablar de forma distendida. El dinero entre sus manos no crea ninguna ilusión pues, su destino es volar de mano en mano. Es un trabajo como otro cualquiera y ellos lo organizan todo a primera hora para la jornada. No tardarán demasiado en entrar todo tipo de clientes. Entre ellos, alguna señora algo mayor que quiere cobrar su pensión.

-Oiga, déme mi paga, –dice la señora

- ¿Pero, la quiere toda? –La señora queda pensativa, no se decide. -También podría guardar una parte en la cartilla y venir otro día a buscar el resto. El empleado está acostumbrado y desarrolla cada día un ejercicio de paciencia infinita. La mira, le sonríe, y cuando ha transcurrido un cuarto de hora, porque buscar la mejor decisión no es tan fácil, vuelve a preguntar.

–Si me llevo los 500 € de una vez, no me quedará ni un céntimo en la cartilla, y eso no es bueno, ¿verdad?, porque siempre puede surgir un imprevisto, a lo mejor si saco 100€, pudiera ser que me durara más, porque si no tengo todo el dinero en casa, no podré gastarlo alegremente.

-Angustias, ¿ha decidido usted ya del dinero que quiere?

-Mira, he pensado, que podría llevarme 100€, bueno o no, mejor sería llevarme 200, así ya no tengo que venir tan pronto, pero claro, si tengo que pagar algunos recibos, también lo gastaré pronto y tendré que volver. ¿A ti te importa que vuelva pronto?, o prefieres no verme más hasta el mes que viene cuando vuelva a cobrar la paga.

 –Que cosas dice usted Angustias, usted no ve que yo estoy encantado de verla siempre que viene. A mí, que la gente se mosquee, que mueva la cabeza en señal de desesperación mientras usted duda, no es cosa que me incumba, usted a lo suyo, pero, ha pensado ya el dinero que quiere.

–Vale, dame 100€, bueno no dame 150€, pero dime, eso cuanto es en pesetas.

Al lado mismo de la caja hay una cafetería, bueno en realidad, es un tostadero de café, se venden los paquetes con los granos molidos y cerrados al vacío o enteros, a gusto del consumidor. Pero también en el local hay mesas y sillas preparadas con buen gusto, en cada una de ellas, hay un pequeño florero, con unas florecillas preciosas que da mucha calidez al establecimiento. Puedes tomar un riquísimo café, un cortado, o el tan recurrido café con leche y un crusan. Por las mañanas siempre está bastante concurrido, luego ya más tarde existe un lapso de tiempo en que está prácticamente vacío. La dueña aprovecha entonces para organizar su casa, ya que vive allí mismo. La cafetería sigue abierta de todas formas, todavía permanece el delicioso aroma de café que impregna cada rincón. 

 

Como cada día, el hombre es puntual, a las ocho y cuarto se apoya en el quicio del establecimiento de la caja de ahorros, para mirar la casa de enfrente. Siempre lo hace con disimulo, como si estuviese allí por casualidad, intenta mirar como si no mirara nada en concreto, se hace el distraído, pero sus ojos no pueden apartarse de otro quicio de la puerta de enfrente. Suspira y procura no ponerse nervioso. ¿Y si no se asoma hoy a la puerta? –ese pensamiento le produce tal sufrimiento, que cree que no podrá soportarlo. No hace calor, pero el hombre casi tiene perlada la frente de sudor casi frío.

 – ¿Que le pasará hoy, porque tarda tanto? -al pasar a la caja un cliente le saluda.

-Buenos días.

El hombre ni le ha escuchado, está en otra parte. La puerta de enfrente parece que se abre, ha creído escuchar un chirrido, ¡Ya está ella!, la ha visto y una luz radiante alumbra el mundo entero. Se recrea mirando como se abre la puerta. La silueta de la chica aparece y la alegría baila con su amigo júbilo. Toda la calle se vuelve de colores, el aire es agradable y él se siente acariciado, mientras un cosquilleo le recorre de arriba abajo. Ella, al principio como cada día, parece que no mire a ningún sitio en concreto, se hace la despistada, pero, como si una fuerza superior la obligara, gira el cuello para mirar al hombre. Los ojos se encuentran. Parece que surgen chispas en el aire, rayos y truenos, igual que en la película “Como agua para Chocolate”, cuando los cuerpos de los protagonistas se encuentran al final.

Los ojos del hombre, la mirada de la chica son una misma cosa que se funden y no pueden separarse. El hombre se siente muy cansado de llevar tanto rato en la misma postura y se sienta en el escalón de la caja de ahorros, pero los ojos no se han desviado ni un milímetro de aquellos otros ojos que le miran.

 

La carnicería, está llena de clientas animadas con una conversación que no acaba, porque cada clienta nueva, ha de informarse de lo acontecido en el barrio.

Angustias acaba de salir de la caja de ahorros. Se queda mirando al hombre y descarada, empieza a mover la cabeza y, a decir palabras que nadie escucha.

La cafetería está repleta y el olor delicioso de buen café se mete por la nariz. La calle está muy transitada, pero eso queda ajeno de las miradas cruzadas. El hombre sigue allí, la chica le mira, están acomodados en un mundo idílico donde no cabe nadie más, donde sus miradas, son mariposas que planean libremente con sus alas preciosas de colores. El mundo real se evapora cada día cuando ella sale al quicio de la puerta. Es tan dulce su mirada, es tan maravillosa su silueta, que el hombre lo daría todo por un minuto de ver aquellos ojos de cerca, si él pudiera algún día rozar su mano, debe ser muy suave –piensa. La ha soñado tantas veces. Es más tersa que el terciopelo, más que la seda más pura.

 

 

El reloj de la iglesia toca las horas, pero él no pone atención, no quiere saber qué hora es. Si lo supiera, a lo mejor debiera marcharse. Posiblemente en su casa le necesiten, desde que murió su esposa hace ya mucho tiempo, es él quien debe hacerse cargo de todo. Sus cinco hijos, nacieron preciosos, pero tres de ellos, al llegar a una edad todavía infantil se detuvieron sus mentes, quedando atrapadas en esa infancia estática, imposible ya de avanzar. Es por eso que siguen siendo como niños pequeños. Dulces y entrañables, pero como bebes. Son dos chicas y un chico, son buenos, pero necesitan de un adulto que los guíe. Una de las chicas es la menor de los tres y ya tiene cincuenta y un años. De los cinco hijos que tuvieron, sólo dos eran listos. Pero no, él no quiere pensar, ahora no puede preocuparse porque ella está mirando, y eso a él le borra todos los pensamientos, todas las preocupaciones. Los dos están en una burbuja aislados del mundo, donde no existe nada que no sean sus miradas. Cuando suenan de nuevo las campanadas, al fondo de la calle aparece una mujer, siempre llega a la misma hora, se acerca a la chica y la abraza como si fuera una niña pequeña. Es así desde que nació. Su cuerpo ha crecido, pero su mente ha quedado detenida en punto donde todo es inocencia, pureza y dulzura, aunque haya cumplido los veinte.

–Hola cariño, ¿has desayunado? todo lo dejé en la mesa para ti. Ella sonríe, se da media vuelta para entrar a casa, se vuelve y dedica la última mirada del día de hoy. No volverá a salir hasta mañana.

FIN

 

 

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