Miradas.
La calle está casi desierta. La
carnicería ya hace rato que se abrió, porque los dueños son muy madrugadores.
Un sol tímido apunta por encima de los tejados y, poco a poco el día se va
abriendo paso, ofreciendo siempre la oportunidad de apresar emociones y
sentimientos, que podemos guardan en un baúl para los buenos recuerdos. Cada
minuto, es un tesoro que ya no volverá.
Dos mujeres hacen la compra en la
carnicería y aprovechan para contar la última. –Al vecino del cuarto segunda se
lo llevó anoche la policía. –Ya sabes, cosa de drogas como siempre. La
carnicera parece atenta a las chuletas que corta con destreza, pero en realidad
no pierde detalle y al final pregunta: ¿Quien es ese al que se han llevado?
Entonces la conversación es a tres, los detalles se van enumerando, de tal
manera, que parece una película de misterio muy interesante. Cuando entra una
clienta nueva, las secuencias comienzan de nuevo. A media mañana, nadie podrá
reconocer la historia, porque sin decidirlo nadie ya es otra película; en
realidad nadie la reconocería como aquella que se dijo a primera hora. Es
difícil mantener la versión real, tengamos en cuenta que la imaginación de las
personas es muy rica. Gracias a esta circunstancia, podemos ver tanto, buenas
películas como leer libros preciosos.
La caja de ahorros está abierta
desde las ocho en punto, en la primera hora entra poca gente y los empleados
pueden hablar de forma distendida. El dinero entre sus manos no crea ninguna
ilusión pues, su destino es volar de mano en mano. Es un trabajo como otro
cualquiera y ellos lo organizan todo a primera hora para la jornada. No
tardarán demasiado en entrar todo tipo de clientes. Entre ellos, alguna señora
algo mayor que quiere cobrar su pensión.
-Oiga, déme mi paga, –dice la
señora
- ¿Pero, la quiere toda? –La
señora queda pensativa, no se decide. -También podría guardar una parte en la
cartilla y venir otro día a buscar el resto. El empleado está acostumbrado y
desarrolla cada día un ejercicio de paciencia infinita. La mira, le sonríe, y
cuando ha transcurrido un cuarto de hora, porque buscar la mejor decisión no es
tan fácil, vuelve a preguntar.
–Si me llevo los 500 € de una
vez, no me quedará ni un céntimo en la cartilla, y eso no es bueno, ¿verdad?, porque
siempre puede surgir un imprevisto, a lo mejor si saco 100€, pudiera ser que me
durara más, porque si no tengo todo el dinero en casa, no podré gastarlo
alegremente.
-Angustias, ¿ha decidido usted ya
del dinero que quiere?
-Mira, he pensado, que podría
llevarme 100€, bueno o no, mejor sería llevarme 200, así ya no tengo que venir
tan pronto, pero claro, si tengo que pagar algunos recibos, también lo gastaré
pronto y tendré que volver. ¿A ti te importa que vuelva pronto?, o prefieres no
verme más hasta el mes que viene cuando vuelva a cobrar la paga.
–Que cosas dice usted Angustias, usted no ve
que yo estoy encantado de verla siempre que viene. A mí, que la gente se
mosquee, que mueva la cabeza en señal de desesperación mientras usted duda, no
es cosa que me incumba, usted a lo suyo, pero, ha pensado ya el dinero que
quiere.
–Vale, dame 100€, bueno no dame
150€, pero dime, eso cuanto es en pesetas.
Al lado mismo de la caja hay una
cafetería, bueno en realidad, es un tostadero de café, se venden los paquetes con
los granos molidos y cerrados al vacío o enteros, a gusto del consumidor. Pero
también en el local hay mesas y sillas preparadas con buen gusto, en cada una
de ellas, hay un pequeño florero, con unas florecillas preciosas que da mucha
calidez al establecimiento. Puedes tomar un riquísimo café, un cortado, o el
tan recurrido café con leche y un crusan. Por las mañanas siempre está bastante
concurrido, luego ya más tarde existe un lapso de tiempo en que está prácticamente
vacío. La dueña aprovecha entonces para organizar su casa, ya que vive allí mismo.
La cafetería sigue abierta de todas formas, todavía permanece el delicioso
aroma de café que impregna cada rincón.
Como cada día, el hombre es puntual,
a las ocho y cuarto se apoya en el quicio del establecimiento de la caja de
ahorros, para mirar la casa de enfrente. Siempre lo hace con disimulo, como si
estuviese allí por casualidad, intenta mirar como si no mirara nada en concreto,
se hace el distraído, pero sus ojos no pueden apartarse de otro quicio de la
puerta de enfrente. Suspira y procura no ponerse nervioso. ¿Y si no se asoma
hoy a la puerta? –ese pensamiento le produce tal sufrimiento, que cree que no
podrá soportarlo. No hace calor, pero el hombre casi tiene perlada la frente de
sudor casi frío.
– ¿Que le pasará hoy, porque tarda tanto? -al
pasar a la caja un cliente le saluda.
-Buenos días.
El hombre ni le ha escuchado,
está en otra parte. La puerta de enfrente parece que se abre, ha creído escuchar
un chirrido, ¡Ya está ella!, la ha visto y una luz radiante alumbra el mundo
entero. Se recrea mirando como se abre la puerta. La silueta de la chica
aparece y la alegría baila con su amigo júbilo. Toda la calle se vuelve de
colores, el aire es agradable y él se siente acariciado, mientras un cosquilleo
le recorre de arriba abajo. Ella, al principio como cada día, parece que no
mire a ningún sitio en concreto, se hace la despistada, pero, como si una
fuerza superior la obligara, gira el cuello para mirar al hombre. Los ojos se
encuentran. Parece que surgen chispas en el aire, rayos y truenos, igual que en
la película “Como agua para Chocolate”, cuando los cuerpos de los protagonistas
se encuentran al final.
Los ojos del hombre, la mirada de
la chica son una misma cosa que se funden y no pueden separarse. El hombre se
siente muy cansado de llevar tanto rato en la misma postura y se sienta en el
escalón de la caja de ahorros, pero los ojos no se han desviado ni un milímetro
de aquellos otros ojos que le miran.
La carnicería, está llena de
clientas animadas con una conversación que no acaba, porque cada clienta nueva,
ha de informarse de lo acontecido en el barrio.
Angustias acaba de salir de la
caja de ahorros. Se queda mirando al hombre y descarada, empieza a mover la
cabeza y, a decir palabras que nadie escucha.
La cafetería está repleta y el
olor delicioso de buen café se mete por la nariz. La calle está muy transitada,
pero eso queda ajeno de las miradas cruzadas. El hombre sigue allí, la chica le
mira, están acomodados en un mundo idílico donde no cabe nadie más, donde sus
miradas, son mariposas que planean libremente con sus alas preciosas de
colores. El mundo real se evapora cada día cuando ella sale al quicio de la
puerta. Es tan dulce su mirada, es tan maravillosa su silueta, que el hombre lo
daría todo por un minuto de ver aquellos ojos de cerca, si él pudiera algún día
rozar su mano, debe ser muy suave –piensa. La ha soñado tantas veces. Es más tersa
que el terciopelo, más que la seda más pura.
El reloj de la iglesia toca las horas,
pero él no pone atención, no quiere saber qué hora es. Si lo supiera, a lo
mejor debiera marcharse. Posiblemente en su casa le necesiten, desde que murió
su esposa hace ya mucho tiempo, es él quien debe hacerse cargo de todo. Sus
cinco hijos, nacieron preciosos, pero tres de ellos, al llegar a una edad todavía
infantil se detuvieron sus mentes, quedando atrapadas en esa infancia estática,
imposible ya de avanzar. Es por eso que siguen siendo como niños pequeños. Dulces
y entrañables, pero como bebes. Son dos chicas y un chico, son buenos, pero
necesitan de un adulto que los guíe. Una de las chicas es la menor de los tres y
ya tiene cincuenta y un años. De los cinco hijos que tuvieron, sólo dos eran
listos. Pero no, él no quiere pensar, ahora no puede preocuparse porque ella
está mirando, y eso a él le borra todos los pensamientos, todas las
preocupaciones. Los dos están en una burbuja aislados del mundo, donde no existe
nada que no sean sus miradas. Cuando suenan de nuevo las campanadas, al fondo
de la calle aparece una mujer, siempre llega a la misma hora, se acerca a la
chica y la abraza como si fuera una niña pequeña. Es así desde que nació. Su
cuerpo ha crecido, pero su mente ha quedado detenida en punto donde todo es
inocencia, pureza y dulzura, aunque haya cumplido los veinte.
–Hola cariño, ¿has desayunado?
todo lo dejé en la mesa para ti. Ella sonríe, se da media vuelta para entrar a
casa, se vuelve y dedica la última mirada del día de hoy. No volverá a salir
hasta mañana.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario