Leonor había cumplido ya quince años. Su figura adquirió buenas formas, poseía una apariencia delicada y armoniosa, sus ojos tan azules brillaban con delicadeza y su sonrisa era fresca y limpia como el agua que nace a borbotones.
Había asistido a la escuela del pueblo hasta cumplidos los catorce. A ella lo que en realidad le gustaba era la poesía, en sus ratos libres se perdía en el apasionante mundo de la literatura, atrapaba todos los libros que caían en sus manos. Sus versos eran un homenaje a la naturaleza, al amor, al sol y a la lluvia. Debía trabajar en la casa, pero no le importaba.
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