domingo, 11 de abril de 2010

EL CAMPO NO TIENE PUERTAS


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RECORDEMOS QUE ANA SUFRÍA MUCHO, QUE FUE A VER A SU ABUELA BUSCANDO CONSUELO. NECESITABA UN OÍDO, UNA SONRISA Y TODA LA COMPRENSIÓN DEL MUNDO: ELLA NOS DICE.

La miro y como siempre, pienso que es la más guapa de todas las abuelas. Yo había conocido a otras que tenían bigote y estaban mal peinadas y cuando me decían. -Niña dale un beso a la abuelita. Entonces me pinchaba con unos pelos que ni los veía.

Pero mi abuela no. Ella va siempre bien peinada, con un olor a limpio y a colonia, que te sientes en un jardín. Ella viste una ropa preciosa. No es que esté llena de lujos ni mucho menos. Es sólo que ella es elegante, se ponga una ropa u otra. Luego está su sonrisa; esa que ilumina la calle cada vez que se asoma para recibirme.

Me coge de la mano y entramos al salón. Ella se sienta en la mecedora y yo busco con la mirada la silla pequeña.

-Está en la habitación. -Expone ella, -aunque yo no he preguntado nada.

Voy a buscar la silla y en el trayecto, pienso que ella adivina siempre mis pensamientos, que aunque yo no dijera nada, ella sabría cómo me siento.

Estoy sentada y apoyo la cabeza sobre sus rodillas. Desde mi posición, veo el comedor perfectamente. El mueble limpio, con las fifuritas en el lugar exacto. En la mesa un centro de flores bien bonito. Las sillas, forman una línea completamente recta bien alineada.
Existe tanta paz entre estas cuatro paredes, que parece una mentira inventada que puedan ocurrir cosas malas fuera de la verja.

Me acaricia el pelo como cuando era pequeña. Me voy serenando de tal manera, que casi me adormezco y me pregunto, si es tan grave en realidad lo que me está ocurriendo.

-Abuela: no se por donde empezar, -le susurro a media voz.

-Sólo tienes que contármelo si lo deseas.

-Pero yo quiero hacerlo, a nadie más me atrevo.

-Sabes Ana: podrías hacerlo como si contaras una historia ajena a ti, como si nada tuviera que ver contigo. Si lo miras desde fuera, entenderás mucho mejor todas las cosas.

Comienzo como si de verdad fuera un cuento inventado. Pero en realidad es una fábula que me ha roto y no puedo encontrar los pedazos de mí misma para pegarlos.

-Cuando entré en aquel poblado africano ya me había enamorado de los campos, de aquella superficie roja que nunca había visto antes. Luego cuando vi las chozas: cuando aquellos niños tan guapos salieron a recibirnos ya supe que mi vida había cambiado. Sus sonrisas, aquella felicidad que parecía flotar en el aire me estaba atrapando y no deseaba desprenderme de ella. Fuimos a comer a una de aquellas chozas y fueron a buscar al guía.

Había una mesa muy vieja, y las sillas parecían apunto de dar el último suspiro.

Cuando pude ver de cerca los ojos de Admel descubrí, que jamás había contemplado una belleza semejante. Sus dientes eran tan blancos, su sonrisa tan hermosa que me enamoré en aquel instante. La simpatía que derrochaba era una catarata de agua pura.
A partir de ese momento, Gloria y yo tuvimos todos los problemas resueltos. Admel hablaba nuestro idioma además del francés, el ingles y algunas nociones de chino.

Nos enseñó los rincones más bellos que se pueda imaginar.

Cuando me quedaba embobada mirando un paisaje, un río u algún poblado que encontrara especialmente bonito: Gloria me decía.

-Ana, no se con que ojos miras, yo creo, que tu más bello paisaje se llama Admel, -y se reía sin parar.

Él era simpático con las dos por igual, pero siempre aprovechaba cualquier momento que estuviéramos solos para recitar en mi oído unas palabras a media voz. Entonces se encendían las luces del cielo y bajaban luego en forma de fuegos artificiales. Decía por ejemplo.

-Que flor más bonita eres, -con su peculiar acento, era como una lluvia de estrellas, como el susurro del viento, la melodía de las olas cuando abrazan la arena demostrándole su amor. Sus palabras transformadas en música bailaban envolviéndome. Vivía cada hora envuelta en una nube esponjosa que abría los brazos y me acunaba.

-Pareces una romántica empedernida, -decía mi amiga muy divertida.

Cuando llegó el momento de la partida: Admel me dijo en un susurro que se había enamorado de mi. Si en algún lugar de mi cerebro anidaba el deseo de regresar a casa, voló en un remolino de viento. Sus palabras fueron el agua que brota de un manantial ante un caminante sediento. Mis pies se quedaron clavados en el suelo y yo fulminada por un rayo divino. No era capaz de pronunciar una sola palabra. Mi cerebro estaba ocupado en computar aquellas letras que sueltas no dicen nada, pero si las juntas, se transformaban en la más bella de las canciones.

Tuvimos tiempo de despedirnos a solas, mientras Gloria dormía como un tronco en la choza que compartíamos las dos.

ANA ESTÁ TAN EMOCIONADA, COMPARTIENDO EL RELATO CON SU QUERIDA ABUELA, QUE SE LE HA ROTO LA VOZ Y HA DECIDIDO CONTINUAR OTRO DÍA.

PERO YA SABÉIS QUE YO ME SÉ EL FINAL.

María

3 comentarios:

Mary dijo...

OOOOOOOOOOOOOOOOOOH¡!ME MUERO DE ROMANTICO Y QUE BONITO QUE COMPARTA SU ROMANCE CON SU ABUELA...ME ENCANTA ESTE RELATO.

MARIA SI SUPIESES LA GRACIA QUE ME HACE CUANDO AL FINAL PONES ESA NUEVA MODA QUE TE HAS CREADO,YA SABES ESO DE QUE TU TE SABES EL FINAL, VAMOS ESQUE ME PARTO¡!

ANDA SOL DILE ALGO.


UN ABRAZO

Anónimo dijo...

Mari, ya sabes que a mi me guste criticar a María si hace falta, pero me gusta tanto este relato que no puedo hacerlo. Es tan romantico, es tan dulce la abuela y tan entrañable, que cuando le acaricia el pelo a su nieta yo me relajo. Es precioso de verdad.
Besitos compis.
Sol

Maria Naranjo dijo...

Uff, que peligro, veo como se pueden compinchar estas niñas en la red. Seré yo quien tenga que pedir socorro un día de estos.
Un abrazo guapas
María.