viernes, 23 de diciembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD

locosbajitos


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Salí a la calle mientras una llovizna fina se deslizaba en una transparente cortina invisible. Mi corazón estaba helado, como esos copos de nieve que bajan desde el cielo misterioso para decirnos que el invierno ya llegó.
Mi mente ofuscada apenas razonaba. Unos acontecimientos se me clavaban como cuchillos. A veces decisiones equivocadas pueden alterar nuestras vidas. Pero lo más triste es, si son otros los que sufren las consecuencias de tus errores. Una punzada traidora me presionaba el pecho, me dolía. Luchaba por controlar aquel malestar que sin duda me hacía daño. Intenté pensar en cosas buenas, en momentos alegres, pero la presión no cesaba. Cuando me iba a descansar buscaba en el sueño el olvido momentáneo. Pero este me abandonaba y llegaba la vigilia  para arañar el escaso sosiego conseguido durante la quimera de la nada. Mi mente descansaba pequeños espacios de tiempo que de alguna manera aliviaban mi desazón.
Las calles estaban desiertas; las pocas personas que encontraba en mi camino, dejaban traslucir un rictus de descontento, o de tristeza. También eso me dolía. Me hería la pena ajena y ni siquiera la conocía. Mi dolor, creo estaba muy adentro y se mezclava con todos aquellos que experimentaban los demás. La noche me envolvía en un espeso manto.
El agua seguía deslizándose empapando mi cuerpo. Miré la fuente y una melancolía me invadió.
En frente mismo de donde estaba , mirándome retadora, una mujer llena de arapos parecía escrutarme. Cuando estuve junto a ella me miró a los ojos igual que si me conociera.
-¿Qué te ocurre mujer?
La miré, preguntándome cuándo y donde la había visto antes. Lo cierto es que no recordaba su cara, ni su imagen. Tan andrajosa iba, que pudiera ser que antes de ese momento hubiéramos estado muy cerca, pero ahora la pobre no estaba reconocible.
-Son muchas las cosas.
-No veo yo tantas.
-¿Y qué sabe usted acaso?
-Muchas cosas sé, demasiadas para mi gusto.
Es impertinente esta mujer, pero no sé qué ocurre, que sólo de mirarla se ha aliviado la presión de mi pecho. Es verdad que parece vagabunda, andrajosa por demás, pero hay una luz en sus ojos que no entiendo. Cómo puede tener luz si la suciedad la cubre casi por completo.
-No estás pensando lo correcto.
-¡Vaya!, ¿usted es adivina o qué?
-A lo mejor, de todas formas tu cara lo dice todo.
-Mire, estoy muy angustiada, ni tan siquiera puedo desahogarme con nadie, me desvelo en la noche, sufro durante el día y no sé qué hacer.

-Para...., para...., no sea que para desahogarte tú ahogues a alguien: mira, realmente pienso, que no es tan grave lo que te ocurre; sólo es terrible si tú lo ves así. La de personas que cambiarían sus problemas por los tuyos.
La condenada parecía que se metía dentro de mi cerebro.
-No estoy de acuerdo, ¿por qué cree que no es tan grave lo que me pasa si estoy sufriendo?
Me miró largamente con sus ojillos escrutadores que penetraban en lo más recóndito de mi ser. Alargó la mano y cuando le ofrecí la mía nos deslizamos calle adelante. Yo obediente me dejaba llevar sin ningún tipo de oposición. El cuerpo me pesaba menos que nada: era una pluma al viento que se balanceaba y avanzaba hacia donde la llevara la brisa. El tiempo pasó raudo, no sería capaz de calcular ni remotamente si fueron minutos, horas o una franja de tiempo indeterminado, para la cual mi mente estaba impedida para establecerlo.
Cuando menos lo esperaba nos detuvimos: una casa vieja, más bien una choza se alzaba delante mismo de nosotras. Con la resolución que lo llevaba todo a cabo me indicó que entráramos.
No había puerta y pudimos ver sin ningún problema a sus moradores: varios camastros se ubicaban en un sólo espacio. Estaban todos en el suelo tendidos, sin fuerzas para moverse, igual que muñecos inanimados viejos para tirar: la humedad hacía estragos en toda la estancia enmoheciendo hasta el aire. Sus rostros estaban demacrados, los ojos sin vida, sin esperanza, aunque ni una queja.
Avancé hacia ellos, porque la impotencia y el deseo de ayudar de alguna manera a aquellos seres que parecían rendidos al infortunio, me otorgaba una fuerza que hubiera podido derribar montañas. La mujer, serena como siempre presionó mi mano.
No te esfuerces, no están aquí y ahora; es una estampa real, pero cumplen su destino y están fuera de nuestro alcance.
Dimos media vuelta y nos alejamos de aquel lugar. Un cuchillo me quedó en la garganta, pero no me atrevía a expresar en palabras los sentimientos provocados por la visión que acabábamos de presenciar.
Seguimos un camino que no sería capaz de precisar. Las nubes parecían seguirnos, revolviéndolo todo en una espiral de colores que hacía difícil averiguar donde entrábamos o salíamos. Era todo esponjoso, dulce como esas nubes blandas que tanto les gustan a los niños. Entonces vi la imagen de una niña maravillosa a la que adoro comiendo esa golosina. Cerré los ojos y casi palpe el rostro divino mientras comía la delicia.
Se podría decir que experimentaba la sensación de estar las dos colgadas de las nubes de verdad formando parte del universo. Notaba que la sustancia que forma todo lo creado se me impregnaba dentro de mi ser.
La extraña mujer seguía firme tirando de mi mano, pues yo estaba como alelada, lenta; dejando que una transformación se produjera dentro de mí, sin que yo pusiera reserva alguna.
Se abrió aquel remolino y nos vimos en un espacio amplio y luminoso: una mansión de recias paredes se alzó ante nuestros ojos. Por si fuera poco el poderío del edificio, todo tipo de adornos navideños y luces espectaculares lo adornaban todo. Quedamos inmóviles admirando tanto esplendor.
-Vamos a entrar.
-Pero no podemos, nadie nos a invitado.
-A la otra casa tampoco.
Tenía razón como siempre, en aquella pobre casa nadie nos había dado permiso, sin embargo entramos y pudimos ver toda la miseria, enfermedad y desamparo en que moraban sus habitantes.
Cruzamos la puerta sin ninguna traba. Había criados circulando de un sitio para otro: iban uniformados, ellos con pajarita, ellas con una cofia haciendo juego con el uniforme impoluto. Era bastante extraño pero nadie reparaba en nosotras; pasaban por nuestro lado, igual que si fuéramos invisibles.
Subimos una escalera de caracol, toda de mármol lustrosa y reluciente, con una baranda de madera de la mejor calidad. Al llegar a la primera planta, seguimos por un amplio pasillo y luego sin la menor vacilación, la mujer que en ningún momento se había separado de mí, empujó la puerta y entramos en un extenso despacho. Un hombre corpulento y muy bien vestido, estaba delante de lo que parecía una caja fuerte. La abrió y estuvo contando los billetes que había durante largo tiempo: al fin cerró la puerta, pero después lo pensó mejor y volvió a abrirla. Contó de nuevo los billetes. Al fin se sentó en aquel sillón tan lujoso. El semblante de su cara era de enfado, una piedra podría haber tenido una expresión más humana.
Unos golpes en la puerta me sobresaltaron. No estaba acostumbrada a allanar moradas por las buenas.
-Adelante.
-Con permiso señor: si fuera tan amable, quisiera pedirle un favor, Hoy como sabe es el día de noche buena y me gustaría pasarla con mi familia. En realidad todos los sirvientes me han pedido que le trasmita la misma petición, sólo por esta noche.
-De ninguna manera, no os pago un sueldo para que vayáis a emborracharos con vuestras familias, soy yo quien os da de comer.
-¿Comerá solo el señor?
-Desde luego, puedes retirarte.
Se me estaba encogiendo el corazón, me estaba revelando, me hubiera gustado abofetear a aquel hombre que era un témpano de hielo, de gritarle a la cara, lo que debían sentir todos hacia él.
Otra vez la mujer tiró de mi mano y empezamos a bajar las escaleras.
-¿Esta vez tampoco vamos a hacer nada? ¿no le vamos a gritar a la cara que es un malvado?
-¿Para qué?, es ruin, cierto, pero ya ves, ese es su castigo: tiene muchas cosas materiales, pero cenará solo en la noche buena. Los criados no irán con su familia, pero comerán juntos, contarán historias y se reirán. A él no le brotará ninguna sonrisa, y la comida le sentará como un tiro, ¿has visto su cara?, es la maldad, la amargura y como no puede ser de otra manera, la soledad.
-¿Quieres que sigamos haciendo visitas?
-Creo que debo ir a preparar la cena, tengo invitados.
-¿Quieres comentarme ahora eso tan terrible que te pasa?
-¿A mí?, -lo cierto es que me había olvidado por completo del problema que me hacía sufrir; creo que soy afortunada.
-¡Ya lo sabía yo!!
Y como si la tierra se la hubiera tragado, desapareció la mujer de mi vista. Dejó tras de sí un aroma de flores frescas, una brisa ligera. Ahora que lo pienso, tampoco era tan impertinente.
Fin

A TODOS OS DESEO FELIZ NAVIDAD
María 

4 comentarios:

Mary dijo...

Feliz navidad para ti también, gracias por este maravilloso cuento y esto me recuerda algo que me dijeron una vez y no lo olvide nunca,CADA VEZ QUE TE ENCUENTRES ASFIXIADA MIRA DETRÁS DE TI QUE SIEMPRE HABRÁ ALGUIEN PEOR QUE TU"

Feliz año para todos¡¡¡¡

Sol dijo...

Precioso cuento de navidad.
Igual que Mari, yo tambien os deseo un feliz año.
Abrazos para todos

Olga dijo...

¡HERMOSO CUENTO!Quién pudiera encontrar tan gentil acompañante en los momentos tristes, claro esas cosas sólo ocurren en navidad, je je je .

Os deseo un feliz año 2012.
Un fuerte zbrazo María.
Olga.

Luis dijo...

Un cuento precioso. Dentro de la mágia de estos días de navidad, creo que pueden ocurrir cosas increíbles. Os deseo que podáis disfrutar todos de esta mágia todavía un poco más, almenos hasta que se vayan los reyes magos.
Saludos.
Luis