jueves, 26 de enero de 2012

EL PAJARILLO


Camino sobre una alfombra mullida de hojas; nada me pesa el cuerpo a pesar de haberme comido el medio bocadillo. Los árboles parece que me miran, creo que son los espíritus del bosque. Ahora no me dan miedo, porque mi abuelo me ha dicho que son buenos. Sigo caminando, noto que muchos ojillos se asoman para mirarme y luego se esconden. Creo que me siguen. Muchas mariposas revolotean a mi alrededor y me acompañan todo el tiempo. Por todos lados hay flores pequeñas que huelen a miel. Las mariposas parecen una nube de colores.
De pronto veo ante mí un acantilado; no creo que pueda llegar al otro lado, pero eso es lo que quiero hacer. Las mariposas se acercan tanto a mí que casi puedo tocarlas. Se ponen delante mismo y creo que quieren que las siga. Después de dudar un momento me lanzo detrás de ellas. No me lo puedo creer, ¡estoy volando! Las mariposas vuelan por encima de mi cabeza como si ellas y yo fuéramos un globo. Es una sensación tan increíble que casi no puedo respirar. No sé el tiempo que volamos. Al fin caigo con suavidad en el suelo, pero ellas siguen volando. Las miro y recuerdo un día que nos llevó mi profesora a toda la clase a ver un concierto; también recuerdo muy bien al hombre de la batuta y la manera en que todos los músicos le seguían con sus instrumentos. Entonces ellas se van y me quedo sola. Estoy en un lugar que no he visto nunca. No sé cómo puede haber tantas flores bonitas y plantas con muchas hojas; ni siquiera puedo contar todos los colores, aunque yo ya sé contar. Hasta el aire parece de color.
Empiezo a caminar y al poco rato veo delante de mí una casita muy pequeña; me acerco para mirar y compruebo con asombro que dentro hay encerrado un Conejito.
-Menos mal que has llegado, ya creíamos que no vendrías.
Miro a un lado y a otro para comprobar si hay alguien detrás de mí que no he visto antes, pero no hay nadie, sólo el conejo y yo: el Conejito es blanco, precioso y tiene los ojos un poco rojos.
-¿Pero como es que sabes hablar?, los conejos no saben decir palabras.
-¿Eso piensas?, puede que vosotros no entendáis, pero eso no significa que no seamos capaces de decir cosas, a ver, ¿recuerdas tú cómo habla tu padre?.
Me quedo pensando en la forma que habla mi padre, pero no soy capaz de recordar ni una sola palabra. Al cabo de un rato llego a pensar que las palabras no existen.
-Espera Conejito, creo que recuerdo alguna: entonces emito un sonido que es lo único que consigo recordar.
-Pajarillo, eso no es una palabra, es un rugido, ¿que clase de animal es tu padre?
-No lo sé Conejito, ayudame tú a descubrirlo, ¡Ah!, recuerdo otra cosa, una correa con una hebilla dorada que a veces se la quita.
-Pero eso no nos descubre qué clase de animal es...
-Pues no recuerdo nada más de él, pero si quieres puedo decirte muchas cosas de mi abuelo.
-¿Qué puedes decirme?
-Que es muy bueno, que me enseña muchas cosas, que cuando tengo miedo, me voy con él y el miedo se escapa corriendo.
Bueno pajarillo, ahora abreme la puerta.
-Ahora que lo pienso, dices que los conejos sabéis hablar, ¿pero cómo sabes mi nombre?, yo nunca he estado aquí.
-Nosotros en este bosque sabemos muchas cosas, la naturaleza lo enseña todo. Mira, ves la llave que cuelga de ese árbol, con ella podrás abrir el cerrojo que me tiene prisionero. Me acerco al árbol y descubro que no hay una sola llave sino muchas, parece que están dentro de un llavero, además están colgadas muy altas.
-¿Y como podré coger esas llaves con lo lejos que están?, tampoco sabré cual es la que abre la puerta.
-¿Te has olvidado de cómo has llegado hasta aquí?, descubrir la llave no es tan difícil, tienes que buscar la intuición; vosotros lo llamáis mirar con los ojos del corazón, pero es lo mismo, mira niña, si quieres aprender cosas, tienes que sentirte de verdad como un pajarillo, tener el nombre no es suficiente, si tú no crees las cosas, no pretendas que nadie las crea.
Mientras me habla, se le ponen muy tiesos los bigotes.
-Yo sí que quiero aprender, y lo de sentirme un pajarillo me gusta mucho, sobre todo porque es el nombre que me puso mi abuelo. De él recuerdo muchas palabras: entonces de mi boca brotan las frases como si fueran de humo y no puedo parar.
-¿Por qué no dejamos la cháchara y me abres de una vez la puerta.
-Vale, pero antes quiero saber por qué me conoces, antes no te he entendido.
-En este bosque lo sabemos todo.
Al fin es el Conejo el que tiene que decirme cual de ellas es la llave que abre la jaula. Cuando se ve libre, se pone muy contento y frota su cuerpo tan suave en mis pies: su pelo es como de seda y es tan tierno que le cojo en brazos. Entonces apoya la cabeza sobre mi pecho y hasta parece que sonríe.
María

5 comentarios:

Mary dijo...

Jo,me he emocionado¡¡¡que triste me pone este relato.

Un beso para todos.

Anónimo dijo...

Qué niña tan entrañable. Esperaba impaciente el relato.

Anónimo dijo...

ES TODA UNA INVASIÓN DE TERNURA

PRECIOSO

UN BESO

ELVIRA

Sol dijo...

Qué preciosa es esta niña con esa ternura.
Abrazos para todos los blogueros.

Luis dijo...

Preciosa historia. Espero leerla entera algún día.
Saludos