viernes, 24 de febrero de 2012

EL PAJARILLO....LIBRO INÉDITO


Una patada en el costado me despierta de golpe, con los ojos todavía medio cerrados veo a varios chicos demasiado cerca de mí. Podrían ser cuatro, aunque ni me atrevo a mirar abiertamente; tengo demasiado miedo. Ellos se empiezan a reír.
-¿Qué pasa, por qué nos miras así?, ¿no somos bastante guapos para ti? Vuelven a reírse de una manera escandalosa. Me duele la cabeza y estoy un poco aturdida. No sé por qué me han dado una patada ni por qué se ríen. Me quedo quieta, igual que si estuviera muerta, porque no veo la manera de levantarme y echar a correr. Ahora necesitaría levantar el vuelo y ponerme fuera de su alcance. En un banco que hay en frente puedo ver a una chica que mira, pero se levanta y se marcha de prisa. No hay nadie más en la plaza y ellos siguen riendo.
-Qué, ¿está blanda la camita?
Intento pensar de prisa. Recuerdo el día que querían pegarme unas niñas del colegio, pero entonces llegó Samil corriendo y les empujó hasta conseguir que se marcharan. También recuerdo el día que mi amiga Olga me describía los detalles que yo no había podido apreciar: cuando me cogió de los brazos y me daba vueltas diciendo. -¿Quien dice que no vuela? -Oh Samil... Samil si tú estuvieras aquí, digo en voz baja y ellos se ríen más todavía.
-Mira, pero si la tarada habla, ¿de donde creéis que ha salido esta cosita?, ¿y si no la llevamos al bosque?
Comienzan a darme empujones y a tirarme del vestido como si quisieran arrancarlo.
-No tiene cara de emigrante, pero de cateta sí.
Siguen riendo y me cogen de los brazos para inmovilizarme. Intento librarme de ellos. En realidad yo tengo mucha fuerza. Cuando uno de ellos intenta taparme la boca le muerdo de tal manera que creo que le he clavado los dientes. Da un grito y entonces empieza lo peor; me dan puñetazos en todo el cuerpo. Me encojo como si quisiera hacerme un ovillo y procuro protegerme la cabeza. Intento reunir todas mis fuerzas para hacer algo, para impedir que sigan golpeándome, pero son muchos los puños y no puedo hacer ningún movimiento. Por unos segundos, en medio del desconcierto intento evadirme, no estar aquí, volar a un lugar donde no puedan alcarzarme. Aunque es difícil, intento buscar a mi abuelo en el revuelo de esta locura. Le llamo. No sé si grito o lo hago apenas en voz baja porque estoy muy mareada.
Algo está ocurriendo porque de pronto cesan los golpes, no me atrevo siquiera a levantar la cabeza porque no quiero verlos. No sé el tiempo que transcurre, no puedo calcular si han sido muchos minutos o apenas segundos porque mi cabeza está completamente atontada. Al fin me decido a mirar y veo una especie de gigante con unos músculos que parecen de mentira, brillantes como si tuvieran aceite.
-Este si que me mata, -es lo único que se me ocurre. Aunque en realidad, el breve segundo que me he atrevido a mirarle no me ha parecido que sea de los malos, pero con los puños que debe tener, tardaría en romperme todo el cuerpo menos que se tarda en romper una nuez. De pronto entre su figura y la mía se interpone otra mucho más frágil que intenta llamar mi atención.
-No te preocupes, aunque lo veas muy fuerte no es un mal bicho como los que te estaban golpeando.
Aunque lo veo todo borroso, creo que es la chica que había sentada en el banco y pensé que había huido abandonándome.
Me mira y sus ojos son amables: su boca son unos labios gruesos que sonríen.
Intento levantarme y me duele todo el cuerpo; parece que me ha pasado por encima un camión. Estoy muy mareada, me gustaría cerrar los ojos y dormir, pero no puedo porque hay seis personas delante de mí que me observan. Hablan entre sí aunque me resulta difícil entenderlos. La chica que vi primero se arrodilla delante junto al banco y me mira fijamente.
-¿Cómo te encuentras?
-No lo sé, estoy un poco mareada.
-¿Puedes caminar?
Me enderezo para averiguar si puedo moverme y ella me da la mano para ayudarme. Doy un paso, luego otro y compruebo que aunque tengo todo el cuerpo dolorido puedo caminar. Los miro uno por uno: son tres chicas y tres chicos. Van vestidos de una forma algo estrafalaria: una de ellas lleva una falda tan larga, que incluso le arrastra por el suelo. Me dan la mano y empezamos a andar.
-Tenemos que llevarte a un hospital.
-No por favor.
-¿Pero por qué?
-Porque entonces ellos me encontrarían.
-Pero muchacha, ¿de donde te has escapado, donde vives?
-En ninguna parte, llegué ayer por la noche a Barcelona, y no sé cómo me han podido ocurrir tantas cosas malas en tan pocas horas.
-Tienes que regresar a tu casa, eres muy jovencita para andar sola por ahí.
Eso no lo haré nunca, cualquier cosa antes que volver a casa.

María

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso pajarillo buscando siempre la manera de volar.
Me gusta mucho esta historia, espero leerla pronto.

Mary dijo...

Me cuesta seguir esta historia,demasiadas injusticias para un mismo pajarillo.

Un beso.

Sol dijo...

Creo que todos deberíamos tener unas alas para volar, esta niña a pesar de no sé cuantas cosas le pasarán tiene suerte de sentirse libre.
Besitos