domingo, 5 de febrero de 2012

LOS SEIS AVENTUREROS



SEGUNDA PARTE

¡NO TAN DE PRISA! ¿DONDE CREÉIS QUE VAIS?

Arancaron una veloz carrera y el hombre les siguió; bueno, lo intentó, porque al pasar junto a la piedra dio un tropezón y cayó como si fuera un saco de patatas. Álvaro se volvió con rapidez y aprovechando que estaba tirado en el suelo, cogió la cuerda y dio algunas vueltas para inmovilizarle piernas y brazos. Luego echó un nudo que había aprendido en las colonias aquel mismo año. Salió después volando como si en vez de pies tuviera alas. No creía que con la cuerda estuviera atado toda la noche, porque no había dedicado demasiado tiempo asegurando los nudos; pero de todas formas les daría un tiempo para correr y esconderse.
Corrieron hasta quedar casi sin aliento.
El latir de sus corazones resonaba en la montaña que tenían delante, como si fueran las campanas de la torre de la iglesia.
Cuando ya no pudieron más se detuvieron a recobrar el aliento, para poder valorar la mejor opción a seguir. Los primeros minutos sólo se escuchaba la respiración de cada uno de ellos, que parecía un vendaval soplando en la cima de la montaña.
¿Podéis seguir corriendo?, preguntó Álvaro que se veía obligado a ser el jefe.
-Creo que no nos sigue, eso si es que nos ha seguido en algún momento; creo que lo has atado muy bien -expuso Irene, que con su preparación para la danza artística que realizaba, igual que Ana, habían sido capaces de aguantar mejor la carrera.
-¿Y si nos escondemos en las cuevas que hay en la montaña?
-¿Y si hay animales qué?, aunque a mí no me da miedo, yo lo digo por vosotras -expuso Victor, que por encima de todo lo que más le importaba era parecer valiente.
Apenas necesitaron unos minutos en ponerse de acuerdo, en que la mejor idea era esconderse y dejar que se fuera el ladrón pensando que los había perdido.
Subieron pues por un terreno empinado, y de entre las diferentes cuevas que ofrecía el terreno, se escondieron en la que parecía algo más grande y algo confortable.
Se sentaron y guardaron silencio para comprobar los diferentes ruidos que pudieran llegar hasta su escondite. Todavía se podían escuchar los latidos de sus corazones acelerados, aunque algo más sosegados.
-¡No me toques los pies que no tiene gracia!!
-¿quien le ha tocado los pies?
-Yo no.
Esta frase se escuchó multiplicada por cinco, luego nadie le había tocado los pies a Queralt.
-No tienen gracia estas bromas -dijo Álvaro, que en aquel momento sacó un mechero del volsillo y lo encendió. Al fondo de la cueva, dos ojillos muy abiertos miraban a los visitantes que acavaban de invadir su territorio.
-¿Eso qué es, es la misma cosa que ha pasado por mis pies?, la voz entrecortada y temblorosa parecía romperse en pedazos.
-Tranquilos, solo es una rata -expone el mayor.
-¡Una rata!!, ¿y qué nos va a pasar ahora?
-No nos pasará nada, a las ratas, si les dejas tranquilas no se meten con nadie.
-¿Entonces por qué me ha tocado los pies?
-Ella seguro que iba corriendo, ha tropezado contigo porque te has cruzado en su camino, pero ya ves que no te ha hecho nada.
-No lo sé, creo que me está doliendo ahora el pie.
-Eso es tu imaginación -Álvaro estaba haciendo un esfuerzo supremo para mantener la calma. Lo cierto es que no sabía demasiadas cosas sobre ratas, pero sí sabía que debía tranquilizar como fuera a aquel grupo que estaba muerto de miedo. No es que él no lo tuviera, pero por esas casualidades de la vida él había nacido antes que todos ellos. Eso le obligaba a ser el jefe, a hacerse el valiente. Cuánto le hubiera gustado que hubiese allí un adulto.
Ninguno de los seis supo como desaparecían los ojos del fondo de la cueva, pero ya no estaban.
-¿Qué estará tramando la rata?, ahora no la veo -dijo Víctor, -se había quedado antes tan paralizado que ni le habían escuchado respirar.
-No trama nada, se ha escapado, ya no vendrá más, ahora sabe que estamos aquí, a las ratas no les gustan las personas; no ves que somos mucho más grandes, por eso les damos miedo.
Las palabras destinadas a tranquilizar a los más pequeños, estaban teniendo la virtud de tranquilizar también al que las decía.
Se daba cuenta que era un buen método -si sólo piensas en el peligro, únicamente atraerás más peligro. Viendo el buen resultado de sus palabras, decidió seguir por ese camino.
-Aquí estamos a salvo, nada malo puede pasarnos en esta cueva; haremos una cosa, podemos hacer turnos para vigilar mientras el resto duerme.
-¿Serás tú el primero? -preguntó Elena
-Vale, yo seré el primero, ya podéis dormiros.
Lo cierto es que estaban rendidos, habían sido demasiadas emociones para un sólo día; haciendo Álvaro guardia ya podían dormir tranquilos, si ocurría alguna cosa ya les avisaría. No tardaron casi nada en quedarse como un tronco.
En la entrada de la cueva, Álvaro apoyo la cabeza sólo un momento, la tentación de cerrar los ojos fue más fuerte que su deseo. Nada más caer los párpados se hundió en un sueño profundo que lo transportó al maravilloso mundo de los sueños.
Estaba en un bosque encantado donde vivía un dragón muy malo que secuestraba a todos los que pasaban por allí. Él tenía el encargo de cazar al dragón para liberar al pueblo del peligro que el inmundo animal representaba.
Unos decían que comía carne humana, otros, que sólo los encerraba en su castillo, haciéndoles trabajar como esclavos.
Si él lo apresaba tendría una recompensa fabulosa; pero además obtendría la admiración de todas las doncellas de los alrededores. Para Álvaro, era esa en realidad la mejor de las recompensas.  Sentirse admirado por las chicas era algo muy interesante; pero sobre todo, por una que vivía cerca de la iglesia y tenía el pelo rubio como si fuera de oro y unos ojos verdes tan bonitos, que nunca había visto nada igual.
Estuvo al acecho durante muchos días esperando conocer las rutinas del dragón. Ya desesperaba en su empeño cuando un día lo vio pasar: arrogante y presumido, como si en realidad fuera el amo del mundo.
Calculó su peso y su fuerza y estuvo muchos días preparando un plan. Cuando lo tuvo todo listo se fue por la noche al bosque, y en el lugar por donde acostumbraba a pasar, hizo un agujero tan grande, que cuando estuviera atrapado el dañino animal, ya nunca más volvería a salir de la trampa.
Mientras esperaba la llegada del monstruo, sintió como le rozaba la camiseta una garra; abrió los ojos aterrado esperando ver al dragón. Pero lo que tenía delante era nada menos que un tigre que le miraba fiero con las fauces abiertas. Su cabeza deseaba pensar rápido, pero por más que quiso reprimir un grito para no asustar a la tropa, el chillido resonó en toda la montaña.
Todos dentro de la cueva dieron un salto tan grande que se golpearon la cabeza con el techo; entonces comenzaron a gritar todos a la vez.
El animal intentaba alargar sus garras para hacerse con algo para desayunar. Rugía de tal manera que helaba la sangre. Pero ellos, todos juntos rugían más y más alto. Álvaro llevaba consigo un palo grande para vigilar por la noche y le golpeaba una y otra vez para impedirle que entrara. El coro de voces se escapaba de la cueva para dar de lleno en las orejas del tigre. El animal, por mas apetito que tenía, ante aquel escándalo lo pensó mejor y retrocedió lentamente alejándose de allí. Doce ojos lo miraron con alivio sin pestañear mientras se retiraba. No podían creer lo que les había ocurrido en pocas horas.
El tigre fue cobrando proporciones y según Víctor era más grande que un caballo.
La luz los cegó cuando se atrevieron a salir de la cueva. Todavía tenían miedo, pero no deseaban quedarse por si volvía el tigre a buscarlos para comérselos. Además tenían hambre y sed. Se sentaron en corro para decidir qué camino debían tomar, a pesar que Álvaro se había convertido en jefe. Resolvieron por mayoría que echarían a correr todo lo que le permitieran las piernas, más débiles que de costumbre debido al ayuno. Corrieron hasta quedarse sin aliento, entonces se sentaron a descansar y buscaron entre los árboles alguna fruta para llevarse al estómago.
¡Qué bueníiiisimas estaban aquellas frutas! Ni se pararon a buscarles nombre; podían comerse y lo demás carecía de importancia.
Ya con más ánimo gracias al estómago contento prosiguieron a paso ligero. El acuerdo era no parar hasta encontrar el camino que les llevara a casa.
Llevaban horas caminando cuando se toparon con una serpiente.
Ana se puso a dar saltos mientras su hermana mayor trataba de tranquilizarla. Aquel bicho tal largo no se movía.
-Si seguimos adelante sin hacerle caso, a lo mejor se queda donde está, seguro que hace igual que la rata -dijo en esta ocasión Elena que había crecido por lo menos diez años en un sólo día. En realidad, todos y cada uno del grupo se sentía mucho mayor que antes de emprender aquella aventura. Fue entonces cuando Irene expuso.
-Por aquí hemos pasado ya.
Álvaro miró detenidamente el terreno y movió la cabeza. -Creo que tienes razón, estamos dando vueltas en círculo.
Examinaron el terreno y con la bara que llevaba Álvaro dibujaron una línea imaginaria, por la que podrían romper el círculo.
Así caminaron durante horas, hasta que la necesidad de encontrar de nuevo comida les obligó a subirse a los árboles y comer de nuevo algunas frutas. Al cabo de un rato les dolía un poco la barriga, pero entre aquella molestia y morirse de hambre, preferían comer las frutas como estuvieran. Víctor hecho a correr detrás de unos árboles y al poco dijo.
-Tete, ¿con qué me limpio?
-Puedes coger la hoja de un árbol.
Siguieron caminando sin pensar que estaban cansados, que les dolía la barriga y que de vez en cuando, debían pararse y hacer una pequeña excursión debajo de cualquier arbusto. Y caminaron, caminaron....
Entonces fue cuando les vi aparecer. En cuanto estuvieron cerca se desplomaron en el suelo, aliviados de ver a un ser humano. En un corro sentados en la tierra me contaron su aventura. Pero para entonces ya tenían entre las manos un bocadillo de salchichón con el que no les daría dolor de barriga.
-¿Qué os parece si arranco la furgoneta y os llevo a casa?
-Mejor que no, porque nos van a matar -dijo Queralt.
-Yo creo que se pondrán contentos vuestros padres y abuelos, si deciden mataros, seguro que lo dejan para otro día.
Eso les convenció y subieron a la furgoneta. Durante el trayecto, fueron aumentando el tamaño de los animales que habían visto. Se hizo más grande su valentía y más pequeño su miedo.
En realidad, ninguno de ellos habían pasado miedo, según decían.
Cuando llegamos delante de la casa en Calafat donde pasaban las vacaciones, pudimos ver un grupo de personas impacientes y preocupadas. Estaban los padres, los abuelos y algunos vecinos que también compartieron la alegría. Todos tenían los ojos tan abiertos que ya no podían abrirse más.
Lo que pasó después no vale la pena que lo describa, porque estoy segura que todos vosotros podéis imaginarlo.
María

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué cuento más bonito y qué seis aventureros más valientes.

Mary dijo...

MENUDA AVENTURA ESTÁN CORRIENDO ESTOS 6 VALIENTES.

BESOS¡¡¡

Luis dijo...

Magnifica aventura que no van a olvidar nunca.
Saludos

Sol dijo...

esta aventura me hace pensar en mi niñez, que por cierto está muy lejos.
Abrazos