sábado, 17 de marzo de 2012

CUENTOS DE ALAN...UNA GALLINA QUE VIVIA SOLA

Alan se asoma para ver las gallinas
paintig-palace.com

Iba una gallina andando por un camino muy largo que parecía que nunca acababa. La pobre llevaba tanto tiempo sola, que ni se acordaba si alguna vez había vivido con hermanas o con amigas. La verdad era que estaba aburrida de tanta soledad. Cuando se dormía no había ningún gallo para que cantara a la salida del sol: quiquiriquiii.
Eso es muy triste para una gallina. Llevaba días y días sin encontrar a nadie por el camino. Estaba cansada de ir por lugares solitarios y un día cuando el sol se fue a dormir, ella hizo lo mismo subiéndose en una rama para descansar, pero se quedó profundamente dormida.
Como no había un gallo para cantar al amanecer, ni unas hermanas que se pusieran a cacarear después que el gallo cantara el quiquiriquiii, fue como si no despertara la luz. Entonces ella siguió durmiendo, y durmiendo; durmió tanto que perdió la noción del tiempo. Cuando despertó, sintió ganas de poner un huevo. ¡Cuánto tiempo hacía que la gallina no ponía un huevo!, y se puso contenta. Pensó que como nadie la esperaba en ninguna parte se quedaría allí con el huevo y viviría con él, así no se sentiría tan sola.
La gallina se aplastó encima del huevo que acababa de poner. Aquello era lo más parecido que tenía a una compañía. Se levantaba por la mañana y se iba a dar una vuelta y aprovechaba para comer lo que encontraba en el campo. Luego volvía para darle calor al huevo. Algunos días dormía incluso durante el día. De esta manera iban pasando los días y las noches. El sol se levantaba por la mañana y recorría todo el cielo, después cuando le entraba sueño de nuevo se iba otra vez a dormir.
Así pasaba el tiempo, hasta que un día la gallina, notó que algo se movía bajo su cuerpo de gallina aplastada. Entonces se levanto y miró qué estaba pasando. Ohhhh..., se quedó muy sorprendida, el huevo se había roto por la mitad y asomando la cabeza, había un pollito precioso de color amarillo. ¡Qué feliz se sintió la gallina!! Aquel pollito parecía que era suyo. En un momento, además de felicidad tuvo otros sentimientos; uno era algo parecido al miedo, porque no sabía que debía hacer con el hijito. Pero la sensación de preocupación duró muy poco; porque las gallinas mamás, siempre saben que hacer con sus hijitos. Ella llevaba mucho tiempo sola y no recordaba la vida del gallinero, pero parece ser, que una memoria que es de todas las gallinas del mundo, que no sé si estará en aire o donde sea, llegó enseguida a sus recuerdos de gallina. Ella sabía que debía cuidar de aquel pollito.
La sensación de felicidad hizo que la soledad se fuera corriendo a un lugar tan lejano, que ya no pudo volver nunca jamás.
Cada día le buscaba comida a su pollito y le enseñaba qué cosas debía comer y las que eran peligrosas. Por la noche le protegía del frío con sus alas y el pollito estaba bien calentito.
Cuando pensó la mamá gallina que su hijito era lo bastante grande para poder andar: camina que caminarás, se encaminaron hacia un lugar donde tal vez pudieran encontrar a unas hermanas, y por qué no, a un gallo que se encargara de cantar cuando el sol, cansado de dormir se despertara al amanecer. Tenía ganas de escuchar un quiquiriquiii de buena mañana. Cuando ocurría eso, se iluminaba el gallinero y todas las gallinas cacareaban a sus anchas.
Cuando la mamá y el hijito se cansaban de andar, se detenían y buscaban algunas semillas o algún gusanillo. El primer día que su mamá le dijo que se podía comer un gusanito, él se quedó muy sorprendido.
-Si se mueve mamá, ¿como quieres que me lo coma?
-Mira hijito, -le dijo la gallina -tenemos que comer algún que otro animalito, porque tienen proteínas y es bueno para que tú crezcas. No tuvo que insistir demasiado la mamá y un día que él tenía mucha hambre, se acercó y se comió un gusanillo de un sólo bocado. A partir de entonces ya le parecía una cosa algo más normal.
Llevaban muchos días caminado, cuando a lo lejos, vieron una casa de campo donde se notaba mucha animación.
-Ahora iremos con cuidado para que no nos vean, hasta que comprovemos que hay buena gente, no vaya a ser que cuando nos vean los dueños, piensen que somos comida y nos metan a la olla.
-¿Igual que nosotros al gusanillo?
-Pero no es lo mismo hijo, nosotros somos una familia.
El pollito no lo entendió demasiado, porque hay cosas que no se pueden entender, pero pensó dejar las preguntas para otro día.
Se acercaron con mucho sigilo para averiguar qué clase de gente vivía en aquella casa. Escondidos pasaron un buen rato, únicamente asomando un poco la cabeza de vez en cuando.
Había una mujer que echaba de comer a las gallinas. Qué alegría tuvo la mamá del pollito de ver que allí vivían hermanas suyas. Hacía tanto tiempo que no las había visto, que hasta le saltó una lágrima de pura alegría.
Había más animales: perros, vacas, caballos y hasta gatos.
-¿Ahora qué hacemos?, -preguntó el hijito.
-Seguiremos escondidos hasta que se vayan a dormir, después nos meteremos en el gallinero y sin decir ni pío nos quedaremos a vivir.
-Creo que deberíamos irnos mamá, ¿y si nos descubren y no nos quieren, qué pasaría entonces?
-Pero no podemos irnos por lo que podamos imaginar, ni porque tengamos miedo. Si nos vamos ahora estaremos siempre solos y seremos cobardes. No debes nunca tener miedo, cuando creas que viene el miedo, tú canta como si estuvieras muy alegre y verás como se va corriendo. Además, son tantas las gallinas y pollitos, que a lo mejor ni se dan cuanta que hemos llegado.
Llegó la noche, vino la oscuridad, y mientras el sol dormía en su cama hecha de nubes, la gallina y el pollito entraron de puntillas en el gallinero, se encogieron en un rincón y durmieron como benditos.
Por la mañana a la vez que se levantaba el sol, el gallo del gallinero empezó a cantar: quiquiriquiii, y no tardaron en empezar a cacarear todas las gallinas. El hijito que era un chico le entraron ganas de cantar e hizo un quiquiriquiii, que ni sabía de donde le había salido. La mamá le miró orgullosa de escucharlo cantar y contenta de estar entre sus hermanas. Ella no había pensado en enseñarle a su hijito qué debía hacer cuando amaneciera, porque había olvidado las costumbres del gallinero.
Como había tantas gallinas, empezaron a ir de aquí para ya, y nadie se dio cuenta de los recien llegados como bien dijera la mamá.
Al cabo de un rato entró la dueña de la casa con una cesta de comida para todas. Mientras las demás comían como glotonas, la dueña de la casa se acercó a la mamá y al hijito y les dio de comer en su mano y les sonrió.
-Podeis quedaros a vivir aquí para siempre, y se fue a la casa, después de guiñarles un ojo a los recien llegados.
Ellos se quedaron a vivir y pronto eran amigos de todos los habitantes del gallinero.


Este es el cuento que me ha contado hoy mi yaya, mientras el yayo dormía un poco en el sillón. Me ha contado más, y también mis papas me cuentan cuentos muy bonitos, lo que pasa, es que me voy de un sitio para otro, porque no paro y me divierto un montón y, después me olvido. Por eso hoy he querido contarlo para vosotros antes de olvidarme.
Bona nit.
Alan

3 comentarios:

Sol dijo...

Mirando esas gallinas estás para comerte. Pero qué guapo que eres, y me gustan tanto esas cosas que nos cuentas, que siempre estoy esperando una entrada nueva de cuentos de Alan.
Un besito muy fuerte

Anónimo dijo...

Eres un campeón Alan: hay que ver cómo te diviertes

Luis dijo...

Eres un chico excelente Alan. ¡Cómo creces! Sigue divirtiendote siempre, pero no dejes de contarnos tus aventuras que yo las espero con impaciencia.
Muchos besitos.