sábado, 7 de julio de 2012

EL PAJARILLO... LIBRO INÉDITO



Cuando escucho una explosión de voces que gritan me levanto de un salto. Mi cuerpo parece que se encoge y palpita mi corazón haciendo: "pon, pon, pon", de manera muy rápida. Mi señorita me dijo un día que eso se llama taquicardia o algo parecido. Me lo dijo cuando tenía unos cinco años, ahora soy más grande, ya tengo ocho.
Cojo el vestido y ahora me lo pongo de prisa. Salgo por el pasillo que da directamente a la calle sin tener que pasar por el comedor, lugar desde donde creo que vienen los gritos. Junto a la mía, hay una casita pequeña donde vive mi abuelo. Llamo despacio a la puerta para que sólo lo escuche él, pero no responde nadie.
Como la puerta sigue cerrada, salgo a la calle casi corriendo, porque no quiero escuchar lo que está pasando; paso por delante de la casa encantada, pero no me detengo. Hoy no me importa si hay sombras que se mueven detrás de las ventanas tapadas con visillos blancos de encaje, que además están amarillos de viejos.
Llego como un rayo a la plaza: hay gente sentada en las mesas junto a la churrería con las tazas de chocolate humeante: el humo sube formando un caracol que se eleva hacia arriba. Entonces el estómago me da un grito y se me pone agua en la boca, pero no le hago caso. Me siento triste, no sé donde ir y empiezo a dar una vuelta por la plaza. Cuando veo a Samil sentado en un escalón comiéndose un bocadillo de una barra de pan entera, mi pena casi se evapora. Samil es un compañero de la escuela, también es mi amigo. No hace mucho que llegó al pueblo, pero desde entonces somos amigos. Él, es el más guapo de toda la clase. Aunque mi padre dice, que cómo va a ser un negro guapo. Pero es que yo casi no lo veo negro.
Cuando me ve se pone de pie con la cara alegre; entonces sonríe y le veo sus dientes tan blancos, que son los más blancos que he visto. Deja de masticar y me mira con una sonrisa burleta.
-Elenita, ¿donde vas con esa pinta?, - nisiquiera había reparado que con las ganas de escapar, no me había lavado la cara ni me había peinado. Me llevo la mano a la cabeza.
-¡Ay!, que no me he peinado!
-Pero es que además llevas el vestido al revés.
A mí no me importan en estos momentos esas pequeñeces; aunque en realidad a mí me gusta ir siempre con el vestido bien limpio, pero hoy lo que quiero es alejarme, no escuchar los lamentos de Ana, sus gritos y luego escucharla llorar casi en silencio. Porque entonces siento como si algo me apretara la garganta, es una cosa extraña que me duele.
Ya soy grande y he aprendido muchas cosas: lo más importante es que soy un pajarillo, soy libre, por eso puedo escapar, pensar en otra cosa que no me haga daño. Todo eso me lo ha enseñado mi abuelo que es el mejor del mundo. Fue él quien puso el nombre de pajarillo el día que nací: se acercó a la cama donde yo estaba muy quieta junto a mi mamá sin decir ni pío, apartó los trapos que me  tapaban y me miró fijamente durante unos minutos, -entonces dijo.
-Tú serás un pajarillo, serás libre y podrás volar, -me cogió en brazos, seguramente para decirme eso de que era un pajarillo y podía volar.
Nadie dijo nada, pero todos supieron que yo sería un pajarillo y tendría alas.
Mi hermana estaba en un rincón de la habitación empapándose de todo. Cuando mi abuelo me destapó la cara ella se quedó espantada. Qué niña tan fea eras decía, porque mira que eras fea, repetía mucho después para hacerme rabiar, luego me pellizcaba la cara.      
-Tonta que es broma.
Después que mi abuelo me puso el nombre y salió de la habitación, mi hermana le siguió preocupada.
-Abuelo, ¿por qué es la niña tan fea?
-De ninguna manera, dijo él, - y Ana se quedó allí con sus dudas, porque además de fea, mi abuelo quería que me crecieran plumas, entonces sería feísima.
A mí ese nombre me ha ayudado mucho en la vida porque me siento libre. También me ha enseñado mi abuelo a llevarme el pensamiento a donde no hay cosas tristes, y cuando escucho gritos y llantos, no sólo cierro la mente, además me escapo corriendo.
Samil me mira, hasta nosotros llega el olor que se expande de la churrería.
-¿Tú has comido algo antes de venir?, por un momento estoy tentada de decirle que sí, pero lo pienso mejor.
-No me ha dado tiempo.
-Ya veo, coge el bocadillo, lo corta por la mitad y me da una de las partes. Yo dudo un instante, pero tardo un segundo en cogerlo, es de mortadela y está muy bueno.
-Samil, ¿quieres que demos una vuelta por ahí?
-Vale, pero si quieres podemos pasar por tu casa para que te peines y te pongas bien el vestido.
-Da lo mismo, ya me peinaré en otro momento.
Samil hace un gesto con la cabeza y el hombro y empieza a caminar junto a mí. Nos encaminamos para las afueras del pueblo y llegamos a la entrada de un bosquecillo. Nos sentamos debajo de un árbol y entonces me siento segura.

María




3 comentarios:

asun aguilera dijo...

¡Que bonito! Estoy deseando leer lo que sigue...
Un abrazo María.
Un abrazo para todos.

Mary dijo...

Me parece una historia muy tierna aunque algo dura, continua por favor¡¡¡

Un beso

Anónimo dijo...

Cómo me gusta cada frase de este pajarillo.