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Si supieras, ahora,
cómo turba el silencio
tras las ardientes puertas
de amor inalcanzado,
tras fingidas palabras
que ocultan las murallas de la noche.
Si supieras mirarme...
Pero tus grandes ojos,
ventanales de luz y de alegría,
tan aparentemente ávidos de encuentros,
inventan otros mundos
donde la entrada pronto se me niega.
Entonces crece el abandono,
la soledad se agranda
y congela mis desvelos
como a niños perdidos en la nieve.
Francisco Quintana
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