martes, 9 de abril de 2013

UNA HELADERIA DE CUENTO

 
                  
                          
                            


                   


 HELADERÍA CON ENCANTO

-Mamá, ¿cuando iremos a ver una gran ciudad?
-en cuanto pueda reunir algo de dinero, tu hermana tú y yo vamos a ir en el tren a la ciudad, no creas que yo no tengo ganas, pero ya sabes que tengo que trabajar mucho y apenas nos llega para comer.
Pablo quedó pensando en las palabras que le había dicho mamá.
Ellos vivían en una casita pequeña alejada del pueblo. Siempre habían vivido en ese lugar. Y del padre ya ni se acordaba.
En aquella casita perdida en el campo vivían mamá, su hermana pequeña y Pablo. La pequeña se llama Elvira y siempre imita a su hermano, por eso en cuanto escuchó aquello de viajar empezó a decir: -Quiero ir a la ciudad...
-Está bien, dejar que recoja la cosecha y cuando consiga venderla, nos iremos a la estación, sacaremos tres billetes de tren y viajaremos a Barcelona.
Lo cierto es que la cosecha, no era más que unas hortalizas que llevaba a la frutería del pueblo para que el frutero se las colocara a sus clientes y después, pagaba a mamá lo que él creía conveniente. Pero era justo complacer a los niños, si en realidad no estaba muy lejos. Para una madre que sacaba sola a sus pequeños adelante, tanto ir al pueblo como a la capital, aunque no estuviese demasiado lejos, era algo superfluo que siempre suponía un gasto para su frágil economía. Por eso vivían solos en la casita y únicamente acudían a la escuela, que era un buen tramo hasta el pueblo, pero eso sí era importante.
La madre le dio muchas vueltas decidida a cumplir su palabra. Los tomates estaban gordos y muy sanos, los pimientos, berenjenas, pepinos y demás hortalizas, parecían alinearse en aquellas coordenadas donde se pasean las hadas de los deseos, que quieren complacer siempre a los niños. El frutero estaba contento de poder ofrecer a sus clientes unas hortalizas de tal calidad, que la boca se hacía agua nada más mirarlas. También el frutero parecía tocado por las hadas y le pagó muy bien esa semana la mercancía.
Así que un día se levataron temprano, se pusieron la ropa de los domingos y se fueron contentos a la estación.
-Tres billetes de ida y vuelta a Barcelona, -dijo mamá con su sonrisa más encantadora. El funcionario de Fenfe se quedó mirando por encima de las gafas, pues en ese pueblo conocía a todo el mundo y aquella voz y aquella cara no las recordaba. Tuvo la tentación de hacerle alguna pregunta, pero todas las que se le ocurrieron le parecieron tontas, por lo que después de dudarlo, extendió los billetes a la señora sin comentarios.
Salieron los tres casi bailando de tanta alegría en dirección al andén. Cuando escucharon el pitido de la locomotora, que se acercaba de prisa, se pusieron a saltar. La mamá se detuvo de inmediato, por aquello que ya tenía una edad para saltar como una niña, pero lo cierto era que la ilusión que se dibujaba en su rostro, -venía a decir que estaba tan contenta como los niños, que no paraban de saltar, hasta que por fin se detuvo el tren y pudieron subir escaleras arriba. ¡Ya estaban en el tren! Se sentaron en sus asientos y contemplaron todo lo que entraba por los ojos.
Pasaron pueblos, mas pueblos, árboles, industrias. No perdieron nada, todo fue acumulado y registrado en un lugar donde se guardan las cosas importantes.
Así llegaron a Barcelona y, cuando una señora dijo por el altavoz que estaban en "La Plaza de Catalunya", mamá les cogió de la mano y bajaron del tren; subieron unas escaleras y tuvieron que poner el billete en una máquina para que les dejara pasar; salieron a la calle después de subir unas escaleras metálicas que tanto a Pablo como a Elvira le hacían cosquillas en la barriguita.
Se vieron de pronto envueltos en una nube de gente que circulaba muy de prisa y sin mirar a ninguna parte. Tan sorprendidos estaban, que mamá tuvo que cogerlos de la mano para que avanzaran entre aquel río humano. Bajaron por una calle y luego giraron a la izquierda, avanzaron un poco más y vieron un edificio que era tan bonito que no se podía dejar de mirar. Otra vez mamá tuvo que tirar de ellos para que avanzaran un poco más y bajar por otra calle. De pronto, vieron a una chica muy guapa con un delantal con letras muy bonitas. Tenía en las manos una bandeja con vasitos de un líquido blanco que parecía leche.
-¿Queréis probar esta horchata tan rica?, es gratis.
Los niños se quedaron clavados delante de la chica que tenía el pelo rizado y los miraba como si les tuviera afecto.
-No te diré que no, con la pinta tan buena que tiene, -dijo mamá y los dos pequeños abrieron mucho los ojos y no tardaron nada en coger un vaso cada uno y probar algo tan rico que no conocían.
-Esto está muy bueno mamá, ¿podemos tomar más?
Entonces se detuvieron y pusieron atención en la heladería, en un cartel rezaba: Heladería horchatería "LA CREMONA"era una heladería con mucho encanto. Entraron y se pusieron delante del mostrador y fueron mirando extasiados, uno por uno, todas las especialidades que había que además tenían muchos colores. Un chico muy simpático les preguntó que querían tomar.
-¿Podemos probrar eso también?
-Pues ya que hemos llegado hasta aquí, no dejaremos de probar estos helados que deben estar riquísimos.
Aquel día, tanto para mamá como para los pequeños, fue un día de lo más dulce y que nunca van a olvidar. Sobre todo, porque tuvieron la suerte de encontrar la mejor heladería de toda Barcelona.

 
Si queréis descubrirla vosotros también, debéis ir al: "Carrer de St Pere Més Baix 14". Bajando por la Via Laietana, a mano izquierda, la calle siguiente del Palau de la Música.
Allí encontraréis helados riquísimos a buen precio y la mejor horchata artesana de la ciudad.
Os recomiendo que no os perdáis una delicia semejante.
A lo mejor, un día de estos nos encontramos allí.

María 

3 comentarios:

rosa dijo...

Seguro que nos volvemos a encontrar allí!! ;)

Anónimo dijo...

Seguro que los voy a probar. Deben estar buenisimos

Sol dijo...

Cómo me gustaría ir a esta heladería de cuento. Pero vivo un poco lejos. Desdeluego si voy a Barcelona algún día voy seguro.
Abrazos.