viernes, 26 de febrero de 2016

LAS HORAS PERDIDAS


herencia.net

Al entrar parece que todo está hoy en calma. Nada más lejos de la realidad. Pronto puedo comprobar que este pequeño mar está encrespado: el hombre que grita siempre sólo había hecho un respiro. Ángela hoy duerme, no dice nada. Pepita está medio dormida y aprovecho para darle besos: me mira y enseguida me devuelve muchos besos. Su cara está iluminada por esa dulzura que nunca la abandona. Merce sonríe como siempre y María a su lado no dice nada. Sólo cuando vienen sus familiares a verla llora después desconsolada. Margarita mantiene siempre una sonrisa que no se acaba. Su cara y semblante es de niña traviesa y posee unos ojos azules vivarachos que parece que no se pierden nada. 
Como puedo saber si en realidad está presente, o tan perdida en el espacio inescrutable que nadie puede ver.
Ella está al fondo: ensimismada como hace últimamente. Aunque a veces se altera y grita. Me acerco y cuando la abrazo me mira y pregunta si sé algo de la María. -Pero si la María soy yo, -le respondo. Entonces, como si se viera cogida en falta disimula y dice. Sabes, es que no veo. -Tú has visto a mi tío Frasquito indaga. ¿Cuántos años crees que puede tener tu tío? -Pues unos ochenta dice. Pero mujer, si tú tienes casi cien, él tiene que tener más que tú. -No creo. Y otra cosa, porque no viene Patricio a verme, y la Anita no ha venido ni una sola vez.
Luego permanece callada, perdida en ese espacio a donde no se puede llegar: entre olas de viento, tormentas llenas de electricidad, como la misma sala que es una verdadera tormenta. Las cuidadoras van sin parar de un lado para otro: la temperatura, el oxigeno, llevarlas al lavabo. Mientras tanto, de ese espacio infinito donde se han perdido gran parte de los residentes, llegan los lamentos, los gritos y esa desazón que les acompaña cada día.
La centenaria, que hace poco tuvo una fiesta de cumpleaños muy emotiva, de pronto parece que se apaga, apenas puede respirar y el oxígeno que tiene puesto le molesta. El señor que se descalza por costumbre, parece que está bien y sea sensato, pero tampoco se le puede encontrar en este espacio que nosotros conocemos. María, el alma de la residencia va ayudando siempre, le dedica palabras de afecto a los demás, porque ella no está perdida. Todavía siente sus pies en la tierra y no divaga, ni viaja a esos mundos desconocidos de la mente donde ninguno podemos llegar.
Algunos días me pregunto, ¿donde están sus almas? ¿prisioneras tal vez en este cuerpo que ya no pueden dominar?, o tal vez estén buscando un lugar, donde la dignidad forme parte de esos cueros envejecidos..
Desde mi corazón, doy gracias a todos los cuidadores, médico y enfermera. Son todos Ángeles del cielo. Dios les bendiga.
María

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