miércoles, 9 de diciembre de 2020

CUENTO DE NAVIDAD... "EL GIGANTE DE LAS MONTAÑAS"... DE AURELIA GARCÍA...


                                                                yaconic.com


 EL GIGANTE DE LAS MONTAÑAS

Había una vez un Gigante que vivía en una de las cuevas de una

montaña. Sus pies eran enormes y cuando caminaba su cabeza

sobresalía por encima de las casas donde vivían los niños y sus familias.

Antes de que el sol se ocultara, tras haberse dormido una buena siesta,

en el gigante se había despertado un apetito atroz. Las tripas le sonaban

con ruidos que parecían enfurecidas tormentas y si no encontraba algo

que comer en breve, su cólera podía desatarse y destrozar los árboles

con sus propios puños. Su desesperación no era solo por el hambre que

arrastraba. La dieta de sus iguales había sido desde tiempos antiguos,

comerse a los despistados niños que se adentraban en lo más frondoso

del bosque cercano a las montañas. Pero él no era como los demás.

Ahora que era el último de su especie que quedaba, ―pues todos los

gigantes habían desaparecido―, se sentía muy solo y eso hizo que no

llegara a comerse a ningún niño e intentara hacerse amigo de ellos.

Pero para que eso pasara, tenía que aprender a comer “otras cosas”.

Comerse a los animales que pastaban en los verdes campos, no era una

buena opción. ¡Eran tan graciosos! Se pasaba el tiempo mirando sus

movimientos y actividades. Probó a distraer su hambre con las hojas de

los árboles, pero eran tan amargas que le producían dolor de estómago.

Hasta que un día que su apetito y malhumor llegaban al límite,

descubrió a una pequeña cría de oso panda y la siguió ¿Qué creéis? ¿Qué

pensaba comérsela? ¡Nooo! Se preguntaba qué comerían esas bonitas y

gordezuelas criaturas para estar tan saludables ¡Que decepción se llevó!

La siguió por el antiguo camino del bosque y pudo ver que allí a pocos

pasos la esperaba su madre. Las dos se encaminaron deprisa por una

vereda que ya conocían, que se abría a un verdadero paraíso para ellas

“las cañas de bambú”. Empezaron a morder las cañas con verdadero

placer como si fueran manjares exquisitos, con tanta glotonería, que el

Gigante agarró una caña de una planta que se hallaba más alejada ―para

no asustarlas― y la probó haciendo muecas de desagrado «¡Qué horror!»

―Se dijo―. «No he probado nada peor en mi vida».

Al rato vio a unos roedores que jugaban al escondite entrando y

saliendo de unos agujeros que ellos mismos habían escarbado en el

suelo. Sin duda con tanto ejercicio les debía de dar hambre. El Gigante

sintió un mareo mientras observaba a aquellas minúsculas criaturas

moviéndose con tanta rapidez y destreza. Esperó armándose de

paciencia, y hasta que el sol no desapareció detrás de las colinas no

abandonaron sus juegos. El gigante ―al que los niños que encontró más

tarde pusieron de nombre Goliat―, les siguió para ver que comían. Al poco

los vio entrar en un campo de cebada y trepar por las hojas y el tallo

emprendiendo un ataque a los granos. En poco tiempo se saciaron. El

Gigante tomó una manotada de aquellas espigas y se las llevó a la boca.

Al momento comenzó a toser, «cof, cof, cof». Estaba claro que aquello

tampoco era comida para él.

De pronto… algo llamó su atención. Subidos a la copa de los árboles,

los monos celebraban con gritos de contento el festín de fruta diversa

que encontraban entre sus hojas. Y como tenían de sobra, comenzaron a

arrojar a la cabeza de Goliat higos y toda la fruta mordisqueada. Así que

solo tenía que mantener su gran boca abierta y saborear todo lo que le

llegaba. «¡Estaba riquísima! ¡Por fin había encontrado algo que le

gustaba!»

Llevaba ya demasiado tiempo comiendo solo fruta. La barriga le dolía y

se sentía tan débil que era imposible seguir así. Miró con tristeza a los

monos y a las demás criaturas que había conocido que le habían caído

bien y con los que a menudo jugaba. Pero él no se sentía bien. No le

quedaban fuerzas y arrastraba los pies. Los niños ya no le temían y

habían reanudado sus juegos por el bosque confiados saludándole:

― ¡Hola Goliat! ―le dijo Sergio mientras de un salto se subía a una

piedra alta.

― ¡Hola niños! ¿No vais hoy al colegio?

― ¡Nooo! ¡Estamos de fiesta! ―le aclaró Andrea.

― ¡Ah! ―dijo sin entender nada― ¿Que es “fiesta”?

―Pues… ¡Fiesta! ¡Que no hay clase! Es Navidad y nos visitará Papá Noel

y seguro que nos deja algo. Después llegará el Año Nuevo y nos

comeremos las uvas al toque de campanas. A los pocos días llegaran los

Reyes siguiendo a la Estrella de Belén y nos dejaran algunos de los

juguetes que les hemos pedido. Y no pongas esa cara, que pareces

tontorrón. ―Añadió Itziar.

―Yo nunca he ido al colegio… ―dijo con voz apenada Goliat.

― ¡Pues claro que no! Aún no se ha inventado un colegio para ti ¡Eres

tan grandote!…

―Y entonces, ¿Dónde vais?

―Jeje. Vamos al río… a pescar.

―Eso debe de ser divertido, lo digo por lo contentos que se os ve. ¿Qué

hacéis le dais golpes al agua con ese palo y así pescáis?

―Ejem… —carraspeo aguantando la risa Andrea― ¿Cómo te lo explicaría

yo? ¡Mejor es que lo veas!

―Nos divertimos mucho. ―añadió Itziar― Pero eso no es todo. También

nos metemos en el agua y nadamos,

―Pues yo me metí una vez en el río... ―dijo Goliat sintiéndose

desfallecido y sin fuerzas por falta de comida adecuada― y no me llegaba

a los tobillos.

― ¿Has probado en la presa que hay río arriba? ―le preguntó Sergio.

―Me metí una vez y por poco me ahogo. Hay en el interior unas extrañas

criaturas que no dejaban de rozarse conmigo y me hacían cosquillas.

¡Además no sé nadar!

―Jajaja ―rieron los niños divertidos― Esas extrañas criaturas, como tú

las llamas son peces. ¡Y bien ricos que están! Nosotros los pescamos, los

llevamos a casa y ya tenemos la cena resuelta.

―Pero… ¿esas cosas resbalosas se comen?

― ¡Pues claro! ¿Dónde estabas metido para no saber nada de nada? ―Le

dijo Sergio que empezaba a creer que Goliat era tonto.

Goliat agachó la cabeza avergonzado. Prefería pasar por tonto a

contarles la verdad. Y la verdad era que lo enseñaron a que debía

alimentarse comiendo niños, pero él no lo quería hacer. «¡Y nunca lo

haría! ¡Aunque se muriera de hambre!»

El día lo pasaron de película enseñando a Goliat a nadar. Era tan patoso

que por poco deja la presa sin agua. Tragaba y tosía todo el rato mientras

estirado intentaba nadar, y los niños se reían. Cuando perdió el miedo,

agarraba los peces por decenas con sus manotas grandes. Sentía un

hambre tan atrasada que a pesar de que le dijeron los niños que era

mejor cocinarlos, se los comía crudos, y estaba encantado con su sabor.

Con el pescado y la fruta, iba a poder mantener la promesa que se hizo a

sí mismo, y se sentía ¡muy feliz!

Goliat estaba encantado con su nueva vida. Por el día acompañaba a

los niños en sus excursiones y aprendía cosas. ¡Que no es que fuera

tonto! Es que nadie se las había explicado.

Por las noches miraba el cielo y se extasiaba con la belleza de las

estrellas. Y cuando era invierno, encendía una fogata a la entrada de la

cueva donde calentarse y asar el pescado, y seguía admirando las

estrellas ¡Había encontrado por fin el alimento adecuado y la paz consigo

mismo! Una noche cruda de invierno, vio una estrella que brillaba más

que todas las otras y se encaminaba de oriente a occidente. Y desde la

altura de la montaña observó los tres Reyes Magos de los que le hablaron

los niños, desplazándose por el camino. Seguían la estrella atravesando

pueblos, bosques y ríos; con su carga de juguetes. Pensó en sus amigos y

sonrió complacido.


Auri.

2 comentarios:

Maria Naranjo dijo...

Ya nos vamos acercando a la navidad, una navidad diferente. Auri, para que podamos sentir que todavía está el espíritu, nos ha regalado un cuento. Aquí tenemos al gigante, grande, pero bueno, que a pesar que le han enseñado comerse a los niños. él se niega a hacerlo. Pasa hambre, pero es honesto y ama a los pequeños.
Pues yo este año, solo voy a pedir a los Reyes Magos, primero que se lleven el virus malvado, después, que poco a poco nos contagiemos, no del maldito virus, pero sí de la honradez del gigante.
Bonito cuento Auri

Auri dijo...

Gracias. A pesar de como están las cosas no podemos perder la esperanza. Este cuento puede servir para que se lo leamos a los niños de la familia y para que no se pierda el niño que hay dentro de nosotros. Desde aquí ¡Feliz Navidad a todos!