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Seguro que todos vosotros conocéis a Pinocho porque es un muñeco muy famoso. Todos recordareis que fue Gepeto, un carpintero quien lo creo y luego, fue el cariño que le tenía el que le dio vida.
Ahora quiero hablaros de mí.
Creo recordar que tengo más de veinte años y en este caso, no es un padre como tuvo Pinocho quien me dio vida sino una madre. Ahora la veo poco por casa porque está estudiando. Pero es igual porque la quiero de la misma manera.
Para que os hagáis una idea de cómo soy, os diré que tengo la cabeza tan redonda como una pelota. Seguramente soy guapo porque así es como me siento: tengo los ojos bastante grandes y azules, la nariz pequeña y unos mofletes rojos, siendo mi boca del mismo color. El pelo lo tengo castaño y mis orejas son pequeñitas como me gustan a mí.
Mi creadora, o mejor dicho mi madre, que es como a mí me gusta llamarle se llama Esther. La idea de hacer de mí un Muñeco Feliz se le ocurrió hace ya mucho tiempo, cuando era apenas una niña.
Puedo recordar todavía la pasión que ella ponía en todo.
Le gustaba mucho cuando llegaba fin de curso hacerle a su profesora o profesor algún trabajo manual para hacerle un regalo, que por cierto, siempre era precioso.
A veces era un cenicero, pero no un cenicero cualquiera, sino una preciosidad, que cuando se lo entragaba, todos se quedaban con la boca abierta de tan bonito que era.
El cenicero lo hizo para un profesor que se llamaba Salvador, y nunca voy a olvidar su cara, cuando ella se lo entregó el último día de clase.
Otro de los regalos que yo recuerdo se lo hizo a una proferora, que si no me engaña la memoria se llamaba María Cinta.
En aquella ocasión el regalo que hizo con sus propias manos fue un joyero de lo más bonito.
Estaba fabricado de palillos muy finos y yo pensé, que aquello era una verdadera obra de arte.
No podéis imaginar lo contenta que se puso la señorita cuando vio aquel regalo tan bonito. Su orgullo era evidente, porque no creáis que todos los profesores recibían un regalo para final de curso tan bonito.
Por eso la señorita se encargó de enseñarlo a todos los compañeros diciendo:
"Mirar qué regalo me han hecho, es bonito ¿verdad?"
Los otros miraban el regalo y disimulaban un poco la decepción, porque a ellos no les habían hecho ninguno con tanto cariño.
Mi pequeña madre era muy listilla, siempre hacía los deberes y todos los trabajos que le mandaban en clase, más algún otro que ella siempre buscaba, porque ella nunca paraba de inventar cosas.
Yo estaba muy orgulloso de ella y sobre todo de que se le hubiera ocurrido modelarme a mí.
Podéis figuraros, con la de cosas que hay en el mundo, y precisamente haber sido yo el afortunado.
Recuerdo con mucho cariño aquellos días, cuando ella cogió el barro y empezó a hacer mi cabeza, que no es porque yo lo diga, pero era el más guapo de todos los que hicieron; porque además, ninguno de aquellos trabajos que hicieron sus compañeros de clase, tuvo la suerte de ser un muñeco capaz de enterarse de las cosas que estaban pasando como yo. A lo mejor es, porque no llegaron a quererlos de la misma manera que a mí.
En clase le dijeron que había hecho un buen trabajo, pero, donde más piropos me dijeron fue cuando llegué a casa. Allí dijeron que yo era un muñeco guapísimo. Imaginaros lo orgulloso que me sentí.
Mi pequeña madre tenía también unos padres y tres hermanos: una de las hermanas era más o menos de grande como mi pequeña madre y se llamaba Alicia. Los otros dos eran más pequeños y se llaman Laura y Rafa. Con todos ellos, pronto me sentí de la familia. Pero mi cabeza dava vueltas y pensaba: si ella es mi madre y la otra es su madre, qué soy yo. Pero aún sin saberlo bien, seguía pensando, que la que tenía que ser importante para mí, era sobre todo la madre que me hizo.
En esas cavilaciones estaba, cuando un día uno de los hermanos, que ahora no recuerdo cual fue me metió en el armario. Que por cierto no me gustó ni un pelo.
Creo que fueron los pequeños, porque siempre andaban jugando a tener una oficina: hacían una cosa que ellos llamaban facturas o algo parecído.
Aquel día, me pusieron encima de una silla y me preguntaron qué quería.
Yo de momento no supe qué responder, pero no tardé en darme cuenta de lo que querían aquellos pillines. Ellos estaban en su despacho y eran los jefes y yo, tenía que ser el cliente que les pidiera alguna cosa.
Me las arreglé como pude, para que aquellos dos no se enfadaran conmigo y les seguí el juego.
Lo que no llegué a entender, como fue que luego me vi metido en el armario.
Pasé muchos días aburrido, allí solo intentando pasar el tiempo con mis recuerdos; hasta que un día se abrío la puerta y allí estaba mi pequeña madre.
La encontré un poco nerviosa y se estaba mordiendo las uñas. Pensé que lo hacía porque me hechaba de menos y creía que me había perdido y entonces me puse muy contento.
Después de todas aquellas peripecias, un día, empecé a pensar que yo era mayor de edad y por lo tanto podía independizarme.
Esperé a que todos estuvieran dormidos y con mucho sigilo me escapé de casa. No fue nada fácil, porque cuando me vi en la calle no sabía por donde tirar.
Después
Había una Muñeca, que en un primer momento pensé que tendría algún problemilla de salud, porque estaba tan delgada, que tuve que acercarme mucho para verla.
"¿Que te pasa que estás tan delgada?"
Ojala no se lo hubiera preguntado, porque se enfado conmigo y casi me pega.
Empecé a disculparme diciéndole, que yo tenía buenas intenciones, que sólo me estaba interesando por ella, además le dije que la encontraba preciosa. Pero nada, ninguna cosa de las que le dije sirvió para calmarla, figuraos que ni siquiera quería escucharme. Llegó a decirme que yo era un muñeco muy tonto.
Aquellas palabras a mí me llegaron al alma.
Creo que fue, más pensando en mi pequeña madre que en mí mismo. Porque si yo fuese un Muñeco tonto, significaría que ella había modelado un Muñeco tonto y eso, no se lo consiento a nadie.
Me volví un poco enfadado, con intención de replicarle a aquella Muñeca tan creída, cuando un Muñeco que había detrás de mí y estaba observando la conversación, me cogió del brazo y me obligó a alejarme un poco con la excusa de enseñarme la tienda, pues así me dijo que se llamaba aquel lugar.
-No le hagas caso a la Barbi, ella es muy presumida y se cree que es la que tiene mejor tipo. Pero cuando se mete con los otros y les insulta, es porque está de mal humor. Yo creo que le pasa porque come poco, porque alguién le ha dicho, que ahora la moda es estar delgada, entonces ella no se siente bien y luego lo paga con nosotros que no tenemos culpa de nada.
Aquel Muñeco se hizo amigo mío, contándome de que forma los fabricaban a todos, que además eran todos iguales y por lo tanto no tenían personalidad propia. Me confesó muchos secretos que yo nunca hubiese llegado a imaginarme.
Gracias a él que fue mi amigo, pude soportar aquellos días.
Cuando llegaba la noche, todos se encogían, apoyando la cabeza como podían y se dormían como benditos.
Entonces yo me sentía muy solo, porque mi único amigo también estaba durmiendo y no podía hablar con nadie; además yo necesito dormir muy poco.
Entonces pensaba en mi pequeña madre y a algunas veces, incluso se me escapó una lágrima.
Imaginaba lo calentita que estaría su habitación y me arrepentía tanto de haberme escapado, que si hubiera podido me tiro de los pelos.
Pensaba con nostalgia, en las noches que su hermana pequeña se metía con ella en la cama y de qué forma se reían las dos.
Yo me quedaba despierto sólo para escucharlas, porque aquello, era una de las cosas más divertidas que yo he conocido.
Pero entonces estaba solo y estaba triste.
Una noche que me pareció muy larga, cuando estaba todo en silencio, entraron dos hombres a la tienda rompiendo la puerta, cogieron algunas cosas y se fueron corriendo por el mismo camino. Entonces me di cuenta que había quedado un resquicio por donde podría salir sin que nadie me viera, sobre todo porque todos los muñecos dormían como troncos.
Antes de que empezara el nuevo día, me deslicé por la rendija y como hiciera el día que me escapé de casa me aventuré hacia la calle.
Otra vez no sabía qué hacer, estaba solo y perdido, pero de una cosa estaba seguro; buscaría a mi pequeña madre hasta encontrarla.
Caminé sin rumbo, aunque creo que me guiaba una intuición, de todas formas, no sabía bien qué era aquel deseo de ir por un lugar y no por otro.
Iba distraído por la calle, cuando de pronto, un coche se me hecho encima dándome un susto de muerte; escapándome por los pelos de que me hiciera papilla.
En el último momento, salté metiéndome debajo de otro coche, allí me quedé quieto, sin moverme y no me atrevía ni a sacar la cabeza para saber por lo menos donde me encontraba.
Bueno eso es un decir, porque estaba más perdido que un pavo en un tejado. Lo que quería por lo menos era orientarme un poco. Pero la verdad es que no me atrevía ni a moverme.
Poco a poco me tranquilicé y asomé un poco la cabeza con mis cuatro pelos, porque eso era lo único que podía asomar. Ya más tranquilo salí de medio lado husmeando por allí, cuando de pronto, un gato que mediría por lo menos tres metros se me hecho encima.
-Tranquilo, le dije, no te pongas nervioso, que yo no tengo nada que comer, si me dieras un mordisco, verías que estoy más duro que una piedra, incluso se te podría romper alguna de tus muelas.
El gato comprendió al fin, que yo de buen festín no tenía nada, y me dejó tranquilo.
Seguí adelante como pude, mirando a un lado y a otro y así ande un buen rato.
Cuando quise darme cuenta, una masa gigante se me hecho encima.
Menos mal que yo con poco aire puedo respirar, quedándome quieto como si fuera una piedra, esperé haber si mi atacante me liberaba notando mi dureza.
No sabría decir el tiempo que estuvimos así: yo esperando escapar de aquel gigante, y él, buscando la manera de comerme.
Al fin me sentí libre de aquel peso. Mi primera intención fue echar a correr escapando de aquellas garras. Entonces tuve una sorpresa: aquel gigantón era un Perro muy peludo.
Me miró con cara sonriente y me dijo.
"Haber pelotilla, ¿a donde crees que vas?
Yo estaba temblando y no me atrevía ni a contestar.
-No tengas miedo hombre, digo hombre por decir algo, porque podría decir igualmente mujer, porque dime, ¿tu que eres chico o chica?
La verdad, a mí aquello me ofendió, porque jamás en mi vida, nadie había dudado que yo era un Muñeco, luego era chico.
-Oye, es que no lo ves, o estás ciego, yo soy un Muñeco.
-Bueno hombre no te enfades, si a mí me da lo mismo lo que seas, no ves que yo sólo quiero ayudarte, cuentame, ¿a donde vas?
Entonces me tranquilicé y le conté mis aventuras.
-¡Andaaa!, ¿sabes que eres muy valiente?, creo que es verdad eso que dicen por hay que vale más maña que fuerza; tú tienes que ser muy mañoso, porque ya me dirás, sin piernas ni nada, sólo con una cabeza andando por hay y además viviendo aventuras.
Me pareció un perro tan simpático, que me atreví a contarle toda mi historia.
-No te preocupes hombre que yo te llevaré a casa.
-¿Pero cómo sabrás tú donde está mi casa?, si yo mismo no lo sé.
-Déjame que te huela, los perros sabemos buscar con el olfato muchas cosas, tú debes llevar el olor de tu casa impregnado.
Me subí como pude a lomos del Perro y puedo deciros que fue algo fantástico; tal vez fue la mejor de mis aventuras. Él encontró mi casa y me depositó con sumo cuidado en el suelo para que no me rompiera.
-¡Qué felicidad tuve al volver a casa¡¡¡
Me deslicé a un rincón para mirarlos a todos sin llamar mucho la atención. Con un poco de suerte, me dije, a lo mejor no descubren mi escapada y todo sigue como antes.
Me quedé mirando a mi pequeña madre, y la alegría que llegué a sentir, no puedo ni describirla de lo grande que era.
¡Estaba preciosa!, aunque se estaba mordiendo las uñas.
Su madre decía:
-Esther, ¿donde has puesto las gafas?, que no las llevas puestas.
-¡Ay!, ¿qué he hecho con ellas?, no sé donde las he dejado.
Se puso a buscarlas pero de momento no las encontró.
Ya estaba la comida en la mesa y todos se sentaron alrededor, mientras, yo observaba calladito desde un rincón. Sentía una sensación muy agradable en el pecho. Pero ahora que lo pienso, si no tengo pecho, si sólo tengo cabeza. Bueno da lo mismo, podéis creerme si os digo que sentí emoción en el pecho.
Cuando terminaron de comer, los cuatro hermanos repasaron un poco los deberes y se fueron a la cama.
Estaba todo ya en silencio, cuando escuché las pisadas suaves de la pequeña hermana, que se coló en la cama de mi pequeña madre, diciéndole bajito.
-Deja que me quede un ratito contigo, luego me voy otra vez a mi cama.
Se quedaron las dos cuchicheando, de vez en cuando no podían aguantar la risa.
Pronto estuvieron dormidas las dos, muy juntitas en aquella cama tan pequeña.
Me quedé escuchándolas cómo respiraban tranquilas, en aquella habitación pequeña, llena de todas sus cosas y tan calentita, tan deliciosa y supe, que esa imagen la llevaría siempre conmigo en mi cabeza. También descubrí aquella noche, por qué era yo un Muñeco Feliz
María
1 comentario:
jajajajja, a la Barbi le pasa lo mismo que ami cuando intento ponerme a dieta,y esque el hambre es muy mala.
un beso
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