miércoles, 7 de diciembre de 2011

ENTRE DOS SILENCIOS... DE ROSA M. ESTELLER

tododependedecomolomir

EL COMPAÑERO DE VIAJES

Hace días que me encuentro mal y no puedo dormir abuelo. No sé si alguna vez te he explicado todo lo que llegó a marearme Jaumet, aquel niño que cuando salía con el Club no me dejaba tranquilo en los viajes; tanto daba que el viaje fuera en tren, en autocar o de la manera que fuera. Y yo bien que procuraba despistarle, tanto a la ida como al regreso, subiendo bien a prisa y cogiendo un asiento donde al lado hubiera alguien; pero él ya se las arreglaba para que cambiaran de sitio y enseguida ya lo tenía conmigo otra vez, me cogía del brazo y me aturdía tanto con su parloteo que ya no sabía que hacer.
Por suerte, en las fiestas y reuniones que hacíamos los sábados en el Club, Jaumet me dejaba tranquilo, y cuando íbamos de excursión o comíamos juntos tampoco me decía gran cosa, jugaba y hablaba con todos los demás niños y niñas. Parece que la manía de no parar de hablar y de explicar de todo y más durante los viajes sólo la tenía conmigo. La verdad sea dicha, los viajes de ida no eran de lo más duro porque, entre otras cosas, no le hacía mucho caso; algunos momentos simulaba que le escuchaba pero casi siempre miraba por la ventanilla y veía pasar coches, árboles, casas, de todo... Hay que reconocer que Jaumet, era bueno y generoso, siempre me dejaba sentar al lado de la ventana porque sabía que me gustaba más y, cuando sacaba de su mochila bolsas de almendras, avellanas u otras chucherías, las pasaba a todos los niños hasta que se la devolvían casi vacía. En los viajes de vuelta todo era diferente, aquello sí que no lo podía soportar, porque yo ya estaba cansado de tanto andar y tenía sueño; pero cada vez que intentaba dormir, Jaumet me cogía del brazo, me sacudía con toda su fuerza: "Titu, despierta que aún te tengo que explicar más cosas", y vuelta a empezar hasta que el autocar llegaba a la puerta del local del Club y los padres nos venían a buscar. Hay que ver qué manía tan rara en un niño a quien nadie tenía por pesado o por charlatán, pero me fue a tocar a mí, abuelo, y lo tuve que aguantar desde el tercer año hasta que dejé de ir al Club. ¿Puedes hacerte cargo de lo que esto representa si, según dicen entré con ocho años y salí con dieciséis? Yo no sé como va esto de los números ni de los años, pero sé que fueron muchos años y muchas escursiones.
Incluso el verano que fuimos a Menorca y yo viajé en avión, se ve que cuando zarpó el barco Jaumet sólo hacía que preguntar por mí, pero ningún chico era capaz de darle razón, y cuando nos encontramos por la noche en la casa de colonias, se puso muy contento y corrió a abrazarme, me zarandeó en sus brazos y me dijo "¡Titu, que bien que hayas venido! ¿regresaremos juntos?". El último día, antes de ir al aeropuerto, con la monitora fuimos a despedirnos de los que iban en barco y Jaumet gritó desde el barco: "¡Ana, si quieres, a Titu ya le acompañaré yo!" Todo el mundo se puso a reir, pero tuve un buen susto y hasta que no zarpó el barco no me quedé tranquilo.
Pero ahora, abuelo, tengo una pena muy grande cuando pienso en el Club, que de ninguna manera puedo olvidar.
Te lo explico: Jaumet, últimamente, iba a un taller protegido en el distrito de Horta que estaba cerca de casa y, algunas veces, le encontrábamos con su madre cuando salían del metro, mientras nosotros estábamos en la parada del autobús de la escuela. Él siempre corría hacia mí y me zarandeaba diciéndome "¡Titu, qué contento estoy de volverte a ver! ¿Vendrás al Club?". Yo el primer día que le vi, cuando oí a su madre que nos esplicaba que le había cambiado de centro, estaba atemorizado; pensaba que a lo mejor vendría a mi escuela y me tocaría aguantarlo cada día en el autocar, en los viajes  de ida y vuelta. Pero cuando descubrí que nuestros encuentros eran cortos, justo el tiempo para que las madres hablaran un poco, incluso me hacía ilusión de verle con aquella cara tan sonriente y diciendo siempre lo mismo "¡Titu, me alegro mucho de verte! ¿Vendrás al Club? " Y yo cada vez me acercaba para que me diera un beso al marcharse.
El otro día, nos encontramos con la madre de Jaumet que vino a la parada del autobús para vernos. Al cabo de un momento, vi que mamá la abrazaba y las dos se pusieron a llorar. Estuvieron un rato hablando y, después, cuando llegó el autocar de la escuela, la mamá de Jaumet me dio un par de besos y me dijo "Titu, debes saber que Jaumet te quería mucho y estaba muy contento de ser tu amigo. ¡Eras como su muñeco! Me subí al autocar, me senté en mi sitio y me la quedé mirando por la ventana. Me mandó otro beso con la mano y esperó en la parada con mamá hasta que el autocar giró por la primera calle. No entendí nada, escepto que Jaumet me quería mucho y estaba contento de ser mi amigo. Todo el día estuve pensando que aquello que me decía la madre de Jaumet era muy extraño; yo no le había hecho nada a su hijo para que me viniera a decir aquello. Pensé que mamá sabría más cosas y, como que todo lo explica, seguro que por la noche lo diría a papá o a Gerote. A la hora de la cena, mamá estaba triste. Dijo que le daba mucha pena la madre de Jaumet, porque el domingo pasado, había muerto atropellado por una moto. Esta noticia sí que no me la esperaba, no lo podía creer, me sentí mal, pero me esforcé en escuchar las esplicaciones de mamá:
Fue de buena mañana. Sus padres le enviaron a comprar ensaimadas y nata para desayunar, como hacían otros domingos. Y es que a Jaumet le hacía mucha ilusión ir a comprar él solo, ya hacía mucho tiempo que lo hacía. Tenía veinte años, más o menos como yo, pero como era tranquilo, obedecía a los mayores y además hablaba, todo el mundo le tenía confianza; no como a mí que siempre me vigilan y como no hablo nada, todos creen que aún estoy peor y que todavía pienso como los niños pequeños. Abuelo, se ve que salió muy contento de su casa para ir a por el desayuno... ¡Y ya no volvió! Dos chicos, que se perseguían con sus motos, giraron la calle muy de prisa y la segunda moto se lo llevó por delante y lo lanzó contra el bordillo.
Según dijeron algunos testigos, Jaumet cruzó con luz verde yendo por el medio del paso, como hacía siempre, porque en esto era muy disciplinado, pero los chicos de las motos se habían pasado la nocha bailando, y el de la moto que le atropelló iba bebido y ni le vio.
Dicen que aquel joven está desesperado y muy arrepentido, porque se siente culpable de todo, pero ahora ya no hay nada que hacer...
Papá y Gerote se quedaron tristes, porque también hacía años que lo conocían. Pero mamá quedó más afectada, decía que era uno de los niños que más me había querido. Y también dijo que como ella siempre pedía a los monitores del Club que no me dejaran dormir en el autocar, él se ofrecía a vigilarme tanto a la ida como a la vuelta. Mamá recordaba que algunas veces antes de marchar la había ido a ver y le decía. "No te preocupes que de tu hijo me cuidaré yo" y de regreso al local, le decía "Titu no ha dormido nada durante el viaje y se lo ha pasado muy bien, porque no he parado de contarle cosas".
Tengo una gran pena. Yo no sé si Jaumet llegó nunca a descubrir la manía que le tenía y si ha llegado a saber que al final yo también le quería... pero me sabe mal no haberle escuchado más y no haberle hecho caso cuando me contaba todas aquellas cosas tan ilusionado. Todo lo hacía por mi bien, para que no me durmiera de día y así, yo pasara mejor la noche y mis padres pudieran descansar.
No te he pedido nunca nada, abuelito Paco, tú, que todo el mundo dice que eras tan decidido, búscame por favor por aquí arriba a Jaumet y, cuando le encuentres, le dices que eres el abuelo de Titu, que le ha querido mucho y le agradece todas las historias que le contaba en los viajes ya que gracias a él pasaba buenas noches, y que si no se lo había dicho antes era porque no sabía hablar, pero ahora que tú puedes decírselo, le das el mensaje de su amigo Titu que nunca, nunca le olvidará...
Abuelo, vigila bien, no sé cuando llegará ni si ya ha llegado del gran viaje, pero no pares de preguntar hasta que lo encuentres. Jaumet es bajito como mamá, un poco gordito, tiene el pelo rubio y la cara llena de pecas, sus ojos son pequeños e inclinados y usa unas gafas muy gruesas. Él siempre está contento y sonriente, con la boca medio abuerta y la lengua un poco salida, anda despacito y cuando corre parece que arrastra los pies.
¡Ah! Y después de decirle todo lo que te he pedido que le dijeras, abrázale fuerte, muy fuerte...


Rosa M. Esteller

3 comentarios:

Mary dijo...

Puff se me parte el alma,dios mio no consientas estas cosas,una historia preciosa con un final pesimo y amargo muy amargo.

Un beso para todos.

Sol dijo...

Precioso relato, llega al alma aunque no quieras emocionarte.
bellísimo R Maria.
Sol

Luis dijo...

Precioso diálogo: la ternura de Titu mezclada con su inocencia es divina. Ánimo a los papas.
Luis