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Vomitan los cipreses
desazón indecible,
agonía feroz del insondable mundo.
Acumulan tristeza
hasta el hartazgo
paradójicos verdes traicionados.
Cansados de tinieblas
también buscan la luz,
desesperadamente, unos ojos dormidos,
mas no del sol cegando
la copa que se yergue en desafío,
ni de la ciencia envuelta
en altivez desmesurada.
Una tarde cualquiera,
cuando el silencio es último
de los posibles cómplices
y el viento ya rumor desperdiciado,
envuelve a los cipreses
un halo de amargura
irremediable,
como de impuesta y sorda soledad.
Francisco Quintana
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