viernes, 24 de junio de 2016

Las dos figuras se pierden en la lejanía y me apresuro a seguirlas. La más joven posee tanta gracia al caminar que no puedo quitar los ojos de ella. Avanzan por un camino largo, parece que no quieran nunca detenerse, es como si desearan recorrer el mundo entero, sin dejar nada por ver. Van cogidas de la mano; hay momentos, incluso desde la distancia que parece que se fundan, que las dos figuras sean una sola. Entonces el Hada, o la Mariposa como queramos llamarla se acerca y les susurra unas palabras al oído. Ellas se detienen un segundo a escucharla y aceptan con movimiento afirmativo.
La Mariposa viene hacia mí y se detiene delante de mis ojos.
-¿No te cansas de seguirlas?
-Las veo tan felices, que estando cerca creo que aprenderé un poco de su felicidad. ¿Podrías decirme que le has hablado al oído?, tengo curiosidad.
-Les recordaba que un día se acaba, pero que muchos otros vendrán, aunque no ahora, deben esperar, un trato es un trato.
Sigue revoloteando la Mariposa, es una sensación tan embriagadora que me pregunto, qué haré cuando termine el día.
Estamos en un bosque increíble, nunca hubiera podido imaginar un lugar tan bello, es como si alguien hubiese dado brillo a cada hoja de cada árbol, cada flor es de una belleza imposible. La luz del sol se deposita sobre un arrollo que discurre entre unas peñas. Debe ser un reflejo que consigue que el agua se esparza en colores salpicando la hierba fresca de un verde intenso. Se sientan las dos sobre una roca y comienzan a hablar, luego se ríen y no pueden parar. Yo comparto desde una cierta distancia su alegría. El paisaje está dentro de un cuento de hadas. Los animales corretean sin preocuparse de nosotras.
Las dos continúan caminando y las sigo. No quiero pensar qué haré mañana, sólo quiero vivir este momento. Después de un tiempo caminando en el paraíso, llegan a un lugar donde al parecer ya no hay camino por donde seguir, entonces se detienen, se miran y en sus ojos hay dolor, hay nostalgia, pero sobre todo hay Amor, un Amor tan grande que lo llena todo: el aire, las plantas y el agua. Se abrazan durante largo rato. Ahora sí.
Después de esas palabras se abre una puerta y la más joven y guapa la cruza sobre un resplandor y desaparece de mi vista. Espero un rato y al final me atrevo a acercarme a Lucía, ella me mira y no se extraña de verme.
-¿Estás triste? le pregunto. Me mira y con una sonrisa dolorida responde.
-No, estoy feliz porque ella lo es.
-Y qué hago yo ahora -expongo, si no sé quien soy, ni donde vivo.
Ella me mira con una mirada extraña y dice.
-Ven a vivir conmigo, creo que eres mi conciencia.

María

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