lunes, 26 de septiembre de 2016

LUGAR DE REPOSO

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La sala hoy parece tranquila. No siempre es así, porque en ocasiones algunos residentes están un poco alterados, gritan sin saber qué dicen.
Ángela lloraba muchas veces, si le acariciabas se tranquilizaba. Costaba entender sus palabras rotas de unas cuerdas vocales trancadas. Ya descansa, reposa sobre una nube blanca cuidada por unos ángeles que la protegen.
A Pepita le cuesta mantener la cabeza erguida y le cae hacia abajo casi dormida. Para evitarlo la sientan en un sillón con respaldo. Ya no come sola, con paciencia de ángel las cuidadoras le insisten para que se alimente.
Diego grita casi siempre: sus piernas cada vez son más cortas, ya apenas le quedan para aguantarse en la silla. Parece que se desespera y reclama, reclama siempre algo que nadie puede proporcionarle.
Es curioso, pero todos acercándose a obtener el nombre de centenarios llaman a su mamá, sus mentes convocan a seres del pasado, perdidos en un tiempo ya remoto que se fue.
Ella está al fondo. A veces perdida la mirada ni se sabe donde, callada, casi dormida. Hoy sin embargo estaba bien despierta y su cara se ha alegrado al verme llegar. 
-Que bien que has venido, porque yo ya me iba.
-¿Y donde quieres ir? -le pregunto.
-A mi casa.
-¿Donde es tu casa? -entonces se pierde un poco y parece que reflexiona, al final, como siempre me dice que tenemos que bajar la cuesta. Le pregunto quien nos abrirá cuando llamemos. Para entonces, en ésta fase del diálogo ya está muy perdida y busca en su memoria. La miro y veo que los fantasmas están dentro de su cabeza, puede verlos, no los olvida. La rondan para recordarle que existirán mientras ella piense en ellos, que ya no le queda casi nada.
Pero ella algunos días cuando está muy habladora dice que ella no se va a morir, lo dice convencida.
Van transcurriendo las horas y las cuidadoras, ángeles bondadosos sacan fuerzas para hablar a los residentes con el tono apropiado: la comida, las medicinas, la temperatura y aguantar a veces un mal humor provocado por esa incapacidad que sufren muchos de los residentes. El médico no se aleja durante el día y, los va visitando, escuchando a veces sus disparates. Sus cuerpos atrapados en un tiempo que les traiciona, una vejez que se resiste a dejar de ser, que trepa sobre los días y las noches en confusión y entre fantasmas. Los espíritus bondadosos, seguro que miran desde arriba compadecidos de aquello que el transcurrir del tiempo consigue hacer con los cuerpos, que atrapan sus almas.

María

1 comentario:

Anónimo dijo...

Magistral y conmovedor relato sobre la tragedia humana, atrapada en un correr del tiempo ya sin retorno.
Enhorabuena, María.
Saludos
Q.