UN ATAQUE DE TOS INOPORTUNA
“El Viruelas” es un tipo que te encuentras en la calle, que cuando le
ves la cara llena de cicatrices, en parte por las secuelas que le dejó la
enfermedad que le da el nombre, le entregas todo lo que llevas encima.
No es mal tipo, aunque nadie lo sabe y de eso se vale. ¡Asusta! También
le llaman “el Feo”. No es que sea feo; es difícil de mirar. Impone. Ha
subsistido con el hurto y el robo callejero; un bolso, una cartera de algún
transeúnte despistado. Con deudas de juego tiene que apuntar más alto
si quiere salir adelante.
Ha reunido a varios amigos, delincuentes como él de poca monta; “el
Rata”, “el Rasta” y “el Barbero” y les explica su plan que no es otro que
robar en casa del Marqués. Un hombre ya viejo que vive solo,
desconfiado, con muy malas pulgas.
—Amigos, estoy frito. —Dice mientras vuelve los bolsillos del pantalón del
revés— y vosotros seguro que estáis igual que yo. He pensado que
necesitamos dar un buen golpe. Con pequeños hurtos no se va a ninguna
parte. Por ejemplo, en casa del Marqués. De allí sacaremos algo
sustancioso si estáis de acuerdo. Hemos de tener cuidado, ya sabemos
cómo se las gasta. Se encuentra en su haber, como va advirtiendo por
ahí, una escopeta de sal que no mata, pero escuece y te deja un tiempo
con el trasero mirando al techo.
“El Rata” asiente. —Sí. Mejor no exponerse a recibir un tiro de esos.
—Hay quién cuenta que la experiencia de la sal en el trasero no es nada
agradable, —añade “el Barbero”.
—¡Que me lo digan a mí, que me dejó las posaderas como una esponja el
año pasado! —se lamenta “el Rasta”.
—¡Claro! A quién se le ocurre entrar a robar en casa del Marqués tú solo.
Juntos nos irá mejor, —observó “el Viruelas”— Recordad que el viejo ha
de salir ileso. No somos asesinos.
—¡Por supuesto que no somos asesinos! Aunque hay quien piensa que me
llaman el Barbero por haber rebanado más de un cuello. ¡Ja, ja, ja! La
explicación es mucho más inocente; de joven fui aprendiz de barbero. Y
cuando me instalé en este barrio a lo sumo rocé sin querer alguna oreja.
—Pues de mí dicen que antes de instalarme en el barrio, vivía bajo un
puente y que con esos animales saciaba el apetito. —¡Puaf! ¡qué asco!
dijo “el Rata” escupiendo en el suelo! —La verdad es que era empresario
y que de la quiebra de la empresa ya ni me acuerdo. ¡Hace tanto que
ocurrió! Este nombre me lo colocaron mis empleados relativo a la política
de despidos ¿De dónde iba a sacar el dinero?, ¡estaba en la ruina!
—A mí me toman por una especie de rastafari, una especie de Bob Marley
que debería volver a Jamaica para desarrollar mi fe, en mi tierra. La
verdad es que yo soy brasileño. Si es que tuviera que ir a algún sitio iría
allí. —dijo “el Rastas” encogiéndose de hombros.
—¡Pues agarraros! —explicó “el Viruelas” De mí dicen que soy una
especie de Rambo que he estado en alguna guerra y me ha estallado en
la cara una granada. Yo dejo que lo crean. Lo prefiero a que sepan que
las cicatrices se las debo a mi padrastro que le daba a la botella y yo
pagaba las consecuencias. Y la viruela hizo el resto. No me importa. Ya lo
tengo olvidado.
Aquella noche con sigilo y prudencia se cuelan en la casa del
Marqués. Todo lo que encuentran de valor, lo meten en sacos. El Marqués
ronca y a cada resoplido lo miran de reojo con desconfianza no vaya a
despertarse. Buscan dinero en su habitación. El dinero es mejor y no deja
rastro. También joyas Al viejo una mosca se le para en la nariz. Arruga
nariz y bigotes, gruñe, agita la cabeza y se da la vuelta.
Por si acaso se despierta todos corren a esconderse; “el Rasta” y “el
Barbero” tras un baúl que ya observaron contenía vestidos y pelucas que
debieron de ser de la mujer ya difunta, del Marqués. “El Viruelas” en el
rincón del armario, conteniendo la respiración. “El Rata” en un acto
reflejo se ha tirado al suelo y rodado hasta quedar bajo la cama dónde se
ha encontrado con un gato que sorprendido se ha erizado. Un persa
imponente como una bola de pelo que al ver su espacio invadido abre a
tope los ojos y se encrespa. Y allí mismo pensando en su alergia “el Rata”
se ha puesto a rezar, pero Dios es un despistado y pasa lo inevitable.
Estornuda y le da un golpe de tos de órdago. El felino se asusta, encorva
el lomo mientras lanza un tremendo bufido y con un escandaloso
“marramiau” sale disparado.
El Marqués ya alertado, aferrando la escopeta apunta a todos lados.
Ellos, apelotonados en la puerta, intentan salir de la habitación y una vez
en el jardín, corren perseguidos por el anciano que dirige los disparos a
sus traseros. Ellos para que yerre el tiro dan saltos. La huida se convierte
en algo cómico para un supuesto espectador. La escena rememora los
famosos saltitos del gran Charles Chaplin. El Marqués va tras ellos
desaforado. Con el camisón hasta los pies y con la borla del gorro de
dormir balanceándose hacia todos los lados, y también el viejo marqués
como los huidos, da saltos. La situación no le ha permitido hacerse con
unas zapatillas y va descalzo. Cada vez que pilla un guijarro del jardín se
duele, se coge el pie y lanza al aire insultos y amenazas:
—¡Ah malandrines! ¡Ladrones! ¡Hijos de mala madre! ¡Ya veréis como os
pille! Os voy a dejar vuestras partes traseras como un colador.
Auri.
2 comentarios:
Una nueva historita de Auri, en este caso divertida.
Ella toca todos los estilos.
Sí María no todo va a ser serio. Gracias por reírte conmigo.
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