Siempre tuvo en la mente cómo lo encontraría todo a su regreso. Durante el
tiempo que estuvo fuera creó en su cabeza una película avanzada. Como el
retrato robot que se hace de una persona en búsqueda y captura, cuando ha
pasado el tiempo y ha tenido que ser forzoso que su físico cambiara. Ya
delante de la plaza ha de aceptar que se ha quedado corto. Nada que ver con
lo que se figuraba. En medio de este lugar de su infancia han dispuesto una
caída de agua y una balsa ocupando casi todo el espacio. El surtidor es una
talla de niño en cemento de aspecto angelical que porta en el hombro una jarra
por donde aflora el agua; hay solo tres componentes agradables a la vista que
impiden que aquella amalgama de cemento sea catastrófica, el niño y el
aspecto de la balsa que fascina con los nenúfares flotando y las demás plantas
acuáticas. Y los peces de colores sorteando el limo y las algas.
Han dispuesto zonas de paso de coches y semáforos donde antes hubo una
fuente de hierro, riera y cañas. La riera se ensanchaba en un camino con
pendiente, hasta terminar adentrándose en el bosque y perderse en una
hondonada. Los trenes amenazantes, con las vías a pocos metros de la plaza,
ahora bajo tierra, han dejado terreno a un carril de bicicleta y una ruta que lleva
a lo lejos a caminar sobre aceras, a ambos lados de una carretera, por caminos
que se vuelven de tierra, entre cultivos de trigo y alfalfa. El pueblo avanza
progresando, tomándole el pulso a terrenos que antes fueron de labranza.
«Pero… ¿dónde estaba su plaza?» —Pensó mientras buscaba su niñez
perdida bajo el suelo de setos y argamasa—. Y recordó que entonces sus
juegos se mezclaban con la tierra y con el agua de la fuente. Y cuándo en el
extranjero lo enviaron a la contienda, él que odiaba las armas, de buena gana
se hubiera negado, ¡él quería ser alfarero… y no andar por ahí con un fusil al
hombro metido en batallas!
La plaza es una rotonda fría perfilada entre bordillos, rodeada del sonido de
motores y cláxones que hacen que el ruido te amargue y el silencio se eche en
falta. ¿Dónde están las decenas de cañas a los lados de las vías, con las que
se hacían flautas? ¿Dónde, la riera enlodada dónde ensuciaban los calzones y
la fuente que les hacía felices, empapándose de agua? ¿Dónde ha quedado la
emoción de capear los trenes con la adrenalina muy alta? Ya no se yergue el
Eucalipto; se rindió a una tormenta de viento y agua, —según le contaron— fue
una madrugada. Y sobre todo ya no hay espacio para niños, que aportarían
con sus juegos alma a la plaza, como ocurría en su niñez cuando todos los
niños se reunían en la oscuridad de la noche y los cuentos de terror les hacía
temblar y temer a seres monstruosos que el sueño te robaba. Pero ¿Dónde
está mi plaza?
Auri Garcia.
2 comentarios:
La plaza entrañable, ese rincón añorado que un hombre se vio obligado a abandonar. A su vuelta, los cambios le hacen añorar de nuevo esa plaza con la que él jugaba con sus amigos. Los cambios de pueblos y ciudades nos hacen volver con nuestra mente a recuperar algo que creíamos nuestro. Pero así es la vida.
Un relato entrañable. como acostumbra a regalarnos Auri.
Un honor para mí formar parte de tu blog María.
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