Bajan con estruendo los hijos del trueno,
saetas de fuego que hieren los ojos.
Braman gigantes en los vendavales.
Se mestiza la tierra con los destellos,
de cúmulos de sinapsis llameantes.
Ríos de lava por la vertiente desembocan.
Prometeo se estremece perplejo.
¿Se ha desbordado el carro de Helios? —se pregunta,
¿o se ha vertido la fragua de Hefesto?
En los albores el hombre no alcanzó la llama,
hasta que el rayo, en la rama prendió fuego,
y fue entonces que se estimó como dios al rayo.
Fuego en la urbe, devastador en la montaña
que para apagarlo se contabiliza
recaudos de gran cantidad de agua.
Su fuego no fue antorcha de Prometeo
ni el que encendía la fragua de Hefesto.
El suyo era mucho más esperpento.
Se ahogó en el relente helado de la noche,
y en el ínfimo rocío del alba escarchado.
Auri
1 comentario:
Nuestra fiel poeta, Aurelia García, atraviesa los tiempos y se remonta a la mitología, para regalarnos un magnífico poema.
FELICIDADES Auri.
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