lunes, 28 de diciembre de 2009

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD

-VAMOS QUE YA ESTAMOS EN CASA.


Era una barraca con un techo de paja. Simulando la puerta había una madera que se apartaba cada vez que alguien entraba o salía. Adelaida no sabía que decir, siguió pues en silencio a la niña que se acercaba hasta tocar la madera diciendo.
-Ya estamos aquí.
La tabla se corrió hacia un lado y frente a ellas se dibujó la figura de una mujer de mediana edad que miraba a las niñas con curiosidad. Llevaba la frente despejada y el pelo recogido en una coleta: un delantal algo estropeado y unas zapatillas con varios agujeros, aunque toda ella estaba muy limpia.

Cuando Natia le dijo que había encontrado a aquella niña en la calle y no tenía a donde ir, ella la invitó a entrar sin hacer preguntas. Sólo dijo.

-¿Estás bien pequeña? -Pasa hija no te quedes en la puerta que ésta noche hace mucho frío.

En medio de la barraca había un cajón de madera que debía servir de mesa, porque alrededor estaban bien colocados varios troncos de árbol que tenían toda la pinta de ser las sillas. En las paredes destacaban unos grandes clavos de donde colgaban ollas y cacerolas. En un extremo, encima de una pila de tochos estaban depositados algunos platos y vasos. En una esquina una chimenea, no sólo calentaba sino que sevía para hacer la comida. Las ascuas estaban al rojo vivo y su resplandor permitía calentarse incluso desde la distancia.

En otro lado había un pequeño belen, con un niño Jesus que tenía una cara preciosa; también la virgen María era muy guapa. Nunca había visto Adelaida un nacimiento tan bonito: con pequeñas ovejas, patos y un pequeño río que cruzaba aquel musgo tan verde que parecía un campo de verdad.

-Siéntate hija y reposa que tienes cara de cansada.
Adelaida fue a sentarse en un rincón para no estorbar. Desde allí vio como la mujer cogía la bolsa que le había entregado Natia y comenzaba a preparar lo que debía ser la cena.

Al poco rato sonaron unos golpes en la madera. Dejó lo que estaba haciendo la mujer y fue a abrir el tablón que protegía la entrada. Como una tromba, entraron atropellándose un niño, una niña seguidos de un un hombre que debía ser el padre. Venían muy contentos y entre aquel alboroto le entregaron a la madre unas bolsas que traían a cuestas.

Adelaida sintió un poco de preocupación, ¿y si el hombre no dejaba que se quedara? ¿que haría ella en plena noche sin saber a donde ir?

María.

1 comentario:

Mary dijo...

CON TAN POQUITO Y LO FELICES QUE PARECEN...MARIA ME GUSTA.

CONTINUA POR FAVOR.

UN BESAZO!!!!
MARY