martes, 29 de diciembre de 2009

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD



LA PREOCUPACIÓN DE ADELAIDA SE DISIPÓ MUY PRONTO.


Todos entraban muy alegres porque cada uno de ellos traía en las manos alguna cosa.
Mira todo lo que traemos mamá, -dice la niña que parece ser la más pequeña.

La señora se acerca a la invitada y la lleva de la mano para presentarle a su familia.

Este es mi marido, se llama Antonio. Este es el mayor de mis hijos y ésta es la más pequeña. A Natia ya la conoces. Ahora puedes decirnos tu nombre si quieres.

-Me llamo Adelaida. -El chico arrugó la nariz y la madre se apresuro a decir.

-¡Que nombre más bonito! -supongo, que si has venido con Natia es porque no tienes otro sitio mejor a donde ir, prepararemos la mesa niños, poner el mantel de los días festivos. Hoy, además de ser noche buena tenemos una invitada distinguida.
¡Distinguida! -Resopló el chico.
Entonces el padre se quedó mirándolo y replicó.

A todos los invitados hay que distinguirlos, y ésta niña tan guapa se nota que es una buena chica y para mí eso es lo importante.

Se pusieron todos a preparar la mesa y en un abrir y cerrar de ojos, aquella madera parecía una mesa de verdad. Delante de las ventanas había unas telas trasparentes, por las cuales se colaba la luz de la luna. Adelaida no se había fijado nunca en lo que alumbraba aquella cosa redonda que aparece por la noche en el cielo. También se alumbraban en la cabaña con una luz muy rara que no se enchufaba en ninguna parte. ¿Sería mágica? ¿o es que eran tan pobres que no tenían dinero para un enchufe?

Adelaida estaba atenta para ver que podía aprender, de todas formas en su casa después de aquellos años no había aprendido esa cosa que decía su madre del espíritu navideño.

La madre revisó todo lo que habían traído y, con una rapidez extraordinaria se puso a cocinar.

Cuando estuvo la última bandeja sobre la mesa el padre dijo.
-Chicos, a lavarse las manos. Tu también Adelaida.
Ella siguió a los niños a un rincón cerca del lugar que hacían servir como cocina, y se lavaron todos en un barreño con agua y un trozo de jabón. Adelaida percibió el olor a limpio que desprendían sus manos, nunca había reparado en algo tan insignificante, pero en aquel lugar era una cosa muy agradable. Ya secas las manos se sentaron a la mesa.

Adelaida no podía creer lo que estaba viendo, allí, delante de sus ojos había unas bandejas de comida tan apetitosas, que su estómago rugió sin que ella pudiera hacer nada por impedirlo.

-Perdón.

Todos la miraron extrañados. -La madre preguntó.

-Perdón ¿por qué?

Ella un poco cohivida respondió.
-Por mi estómago que ha hecho un ruido.

El padre la miró pensativa y le dijo dulcemente.

-No deberías pedir perdón por algo de lo que no eres responsable. Bueno, ahora dediquemos estos manjares al niño Jesús que nació esta noche hace mucho tiempo.
Adelaida seguía atenta. El padre había dicho que aquella noche había nacido el niño Jesús, ella no había escuchado antes una cosa parecida, sólo sabía que había regalos, que tenían que ir al restaurante con un lazo vergonzoso, que todos bebían mucho y comían hasta "reventar". De pronto, le vino a la memoria su madre, si le hubiera escuchado aquella palabra, habría dicho que no era digna de ser pronunciada por alguien de su familia.
María

1 comentario:

Mary dijo...

Puff Maria,seme parte el corazón y pensar que cuanto mas tenemos mas pobres somos...continua por favor...

Un beso.
Mary.