domingo, 18 de diciembre de 2011

CUANDO LA NATURALEZA SE EQUIVOCA....LIBRO INÉDITO



sangrelia.com

Adela camina con la cabeza baja, pero atenta a los semáforos y mira de reojo a la gente que pasa por su lado. No quiere tropezar con las personas que se cruzan en su camino-. Cuando cruces el semáforo no te muevas de la acera hasta que llegues a casa -eso es lo que le advierte la hermana Clotilde, cariñosa como siempre antes de abrazarla y repetirle muchas veces la ruta.
Ya pasan tres meses desde que cumpliera los veinte años. Pero, ¿qué importancia puede tener la edad?, la mente de Adela se mantiene en esa dulzura y timidez que sólo tienen las niñas de corta edad.

Desde el día de su cumpleaños vive en un piso compartido con otras tres chicas, a las que la naturaleza también les ha negado la gracia de crecer con todas sus consecuencias. Viven solas en realidad, pero fielmente custodiadas por una monja que se ocupa de las cosas para las que ellas tres no están capacitadas.

El día que Adela entró por primera vez al centro, lo primero que vieron sus ojos fueron dos niñas sentadas en el suelo, con tantas lágrimas y tantos mocos, que costaba trabajo hacerse una idea de cómo serían en realidad sus caras. Sintió tanta pena por ellas, que este hecho permitió que la congoja que llevaba se redujera de manera considerable. Aquella imagen le permitió olvidarse por un momento de su propia soledad para sentirse cercana a las niñas que lloraban.
Aquel encuentro fue algo muy importante en sus vidas, ya que el cariño que nació entre las tres no hizo más que incrementarse con el paso de los años. Eran muchos los internos que había en el centro, (unos temporalmente y otros de forma definitiva), pero ninguno llegó a ocupar el espacio de las dos amigas, que Adela guardaba entre sus afectos más cercanos. No habían ocupado el lugar del bebe que había perdido hacía algún tiempo, sin saber cómo ni por qué. Sólo sabía que un día al despertar él no estaba; se había evaporado sin que nadie le dijera una palabra para que ella pudiera comprender la razón, por la que al levantarse no vería a su hermanito. No se había borrado el vacío, pero de alguna manera se suavizó con el afecto de las dos amigas.
Lucharon las tres a su modo para conseguir que las pusieran juntas en la misma habitación. El mundo era cruel y ellas lo habían descubierto, a su manera, pero lo sabían.
La dificultad para hablar con naturalidad era una meta demasiado ardua. Pero no era imposible dotar a los chicos y chicas de conocimientos indispensables que les permitiera acceder al mundo, tal vez a integrarse un día en la sociedad. Fueron años de esfuerzo, de disciplina, de soledades que ellas compartían; ese aislamiento que propicia la falta de comunicación.
Habían pasado muchos años desde que ella cruzara el patio por primer vez. El miedo le impedía cualquier movimiento; las palabras se escondían y Adela no las encontraba.
-A ver, cómo te llamas -le preguntaba la monja mirándola cariñosamente. Ella buscaba las palabras, las conocía, estaba segura que las había aprendido, pero ellas escabullían.
La madre llevaba el mejor atuendo que había podido conseguir: no había bebido hacía tres días, ese era el trato.
Borracha no puedes ir, si te ven así te echan a patadas -le había dicho el marido con la lengua trabada. Él no tenía que ir al centro, con la madre bastaba.
Adela era una niña muy limpia, se lavaba y se peinaba sola: recogía los platos de la mesa, hacía las camas lo mejor que sabía y barría el suelo. Era ella la mayor de las veces la que le daba el biberón a su hermano pequeño a pesar que no había cumplido los siete años. Adela era torpe para algunas cosas, pero sin embargo aprendía otras a la velocidad del rayo. Cuando se despertaba y no veía al pequeño, lloraba tanto que sus lágrimas mojaban la cama. Cada vez que cerraba los ojos podía ver al bebe sonriendo.

La cara de la criatura se iluminaba siempre al verla igual que cuando aperece el sol sobre el horizonte. Sus manos regordetas se alzaban para tocar la cara de la niña. Esa sensación la conservaba intacta Adela a pesar de los años trascurridos: sus mofletes rojos, los labios del pequeñín balbuceando el nombre que él había adjudicado a aquella niña que le cuidaba con cariño.

María

5 comentarios:

Mary dijo...

Maria si vas a continuar con este relato presiento que lo voy a pasar bastante mal,tienes ese don que muy pocos tienen conmigo,y es hacer que viva tus letras en primera persona.

puedes continuar cuando quieras, estoy preparada.

Un besazo¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Otra vez me quedo intrigado. María, ¿es que eres una intrigante o qué?
Has de saber que he leído todos tus libros, pero esto de tanta intriga no me hace tanta gracia.

Maria Naranjo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
asun aguilera dijo...

Preciosa me ha resultado esta primera entrega. Estoy de acuerdo con Mary, Tambien amí me llegan tus relatos al corazon y sufro; pero es todo como la vida misma.
Por cierto, que me leí tu último libro en "un pis pas" Me he enterado de muchas cosas que no sabía. Hemos sufrido y gozado con el y has hecho un gran trabajo de documentación. ¡TE FELICITO!

Sol dijo...

Me encanta este relato, la ternura de Adela me emociona.
Os deseo a todos unas felices navidades.
Abrazos